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Alicia Leisse
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Discusión Cine Psicoanálisis: Hermano. “Violentados y Violentos"

​Trabajo presentado en el CinePsicoanálisis “Hermano” en el marco de las X Jornadas de Niños y Adolescentes de la Sociedad Psicoanalítica de Caracas

Cada vez que me corresponde hablar sobre una película, dejo en claro que mi  intención no es hacer un análisis semántico del film, o arrimar significaciones a los personajes como si se tratara de acostar a los actores en un diván.  Aunque destaca un hilo narrativo común, siempre hay algo de inédito en la manera particular como cada quien  arma su versión. Mi óptica está atravesada por el quehacer psicoanalítico;  por ello hilvano algunas ideas tomando en cuenta que esta hermosa pieza  nos ocupa en el contexto de las Jornadas  que hoy atendemos con dos actores centrales: los Niños y los Adolescentes.

Marcel Rasquin desde la dirección,  articula en un lenguaje cinematográfico  preñado de fuerza: una hermosa y trágica historia, cada vez más familiar. Siempre fue nuestra, pero ahora la palpamos más de cerca. Hermano nos asoma a Petare, a  la localidad del Cerrito, Colinas 12 de Febrero y La Dolorita.  También a las Minitas en Baruta.  Probablemente muchos de los que estamos aquí conocemos poco o menos de esos barrios. A lo sumo, nos enteramos en la prensa del número de muertos, de las balas perdidas, o de peleas de bandas como en la reciente noticia: “Noche de verbena terminó en masacre con 3 muertos y 7 heridos: atribuyen el hecho al grupo delictivo de “El Negro”. Sí los conocemos más de cerca cuando padecen, cuando demandan nuestro servicio;  que por cierto, desde el sufrimiento  psíquico asoman menos porque las carencias que refieren a la vida del cuerpo  ocupan un plano central.

En esta cancha la vida está en juego

Estamos en el Barrio La Ceniza.  Desde ya el nombre: No es Cerro Verde, o la Campiña, o Campo alegre.  Es  un enclave donde la cotidianidad  transcurre  en unos pocos sitios: la casa, la cancha,  la azotea donde ocurre la rumba, o escaleras arriba en el rincón desolado que reúne a ¨los Piedreros¨.  La violencia asoma como un referente. Se hace una forma de vida.  Mientras, la sobrevivencia ocupa un primer plano en la lucha por  un sentido que empuja la competencia y la reivindicación de tantos faltantes.  No es todo, sin embargo. Graciela,  madre de  dos hermanos  uno parido, el otro recogido, apuesta por otro escenario: “Pronto Julio se va  a salir de esta vida”  le dirá al hombre con quien arrima un encuentro de amor y esperanza. Sus hijos sin padre dan cuenta de este faltante central que preside  la calle, que  a fuerza de frecuente se hace ley, derivando  en  una suerte de  ley del Oeste.

Los estudios sobre violencia revelan que los seres humanos cuentan con un potencial tanto creativo como destructivo en todos los planos psíquicos y físicos, al tiempo que  la fuerza y la violencia formará parte de todos los sistemas de dominación. Las variantes de la destructividad humana se muestran en diversas manifestaciones culturales en las que ha habido una creciente participación de la población civil. Ha intervenido  el progreso científico y tecnológico y aparece también en el nivel de pequeños grupos e individuos. Por doquier escuchamos hablar de la calidad de vida, crecientemente más cercenada y  la presencia de la violencia en sus muy variadas formas. En nuestro medio toma dimensiones de catástrofe social con efectos traumáticos en la subjetividad de quienes la padecen: cobra vidas, acumula muertes, exila a los ciudadanos o los confina, o los castiga o los priva de libertad, y así podría seguir. Esta película  nos muestra la imposibilidad de la gesta de unos jóvenes condenados de antemano, rodeados por un cinturón de abandono, privación y  abuso; en los  que con  dificultad asoma algún proyecto al que apostar. Y cuando se materializa la esperanza: “el día que salgas vas a volar”,  no tardará en hacerse  en  sentencia.  En su vuelo gana  para después perder la vida.

Del hilván narrativo que propone su Director, quiero subrayar  cómo la Familia se inventa. Alguien detenta el poder, un poder fálico que no tolera rivales; los destruye, asumiendo una distribución de lugares que deben ser respetados. El ordenamiento  se impone y si no es acatado se castiga: “A la familia no se le pega”;  “den todo por sus hermanos”; “lo que yo traigo es sagrado, es de mis hermanos” Son adolescentes apostando por ser y  es en la competencia que se hacen y establecen los lugares;   una suerte de reinvento edípico donde la diferencia generacional se impone en tanto  la represión es ganada por  la pulsión. Morocho, algo mayor que los muchachos que lo siguen, recolector de dineros de tráfico de droga, es también  dador cuando alguien lo requiere en ese giro tierno  que  maquilla al personaje;  pero que bien refleja el ejercicio de un poder arbitrario, destructor y de corta data.

Daniel, El Gato.

Como psicoanalista, miro el acontecer humano en términos del sufrimiento que aqueja al otro, en el ánimo de recoger una escucha que permita iluminar algo más eso de lo que padece y en la idea de que con más luz, disponga de otras alternativas para hacer.

Daniel,  es un adolescente, marcado por la división casi irreconciliable entre sus fantasías y una realidad donde acecha la violencia;  no solo la que hay en cada esquina, sino a esa otra a la que parece de antemano condenado. En el contexto que hemos descrito, donde para salvar el pellejo hay que ser de una  manera, la diferencia es un riesgo. El Gato se armó de un balón desde el montón de basura, para hacerlo su objeto referente de la cabeza a los pies;  con él y sobre él sueña;  con él se despierta;  con él se alimenta. Es su pasión, el sentido de su vida. Es una suerte de objeto salvador que se ofrece para cumplir un ideal  desde donde afianzar la propia identidad, pateada  por “una vida  que  siempre nos  va a caer a goles”:  Daniel  encuentra no solo una mirada amorosa materna que lo adopta sin dilación;  sino un referente hermano que  lo piensa como mascota y a quien desde siempre le devolverá el balón  con la premisa, ”juntos nadie nos gana”. Es conmovedora la propuesta de este joven  generoso y vital, empeñado en  una realidad diferente que asoma en el juego, en el que reivindica  una razón de ser, una esperanza de tener. Podría decirse que lo gana menos la competencia descarnada que destruye al otro adversario  y mucho el ideal de ser alguien grande donde reparar eso faltante. Está claro a quien le debe la vida, pero lo está también la apuesta por lo propio.  

El verdadero juego se hace aquí abajo

Somos el producto de una compleja mezcla de factores económicos, culturales e inconscientes que intervienen en la conformación de la identidad: lo que cada quién es. Los abusos físicos y sociales combinados con privación de todo tipo desempeñan un papel importante. La violencia esta correlacionada con la pobreza y comporta una enfermedad social, tal como muestra la película: personajes signados por un camino donde “si no te sales de la vida te mueres”,  curiosa paradoja que advierte ese nudo apretado que hace que la vida y la muerte vayan de la mano. El agravio social es la exclusión y desde allí  se aseguran condiciones destructivas.  Afirma Freud  (1920), que la agresividad produce un alto grado de goce narcisista porque satisface un deseo primitivo e infantil  de omnipotencia y dominio. Lo primitivo refiere aquí a la prioridad que tiene llenar una necesidad pendiente, que advierten aquellos otros escenarios límites  ya vividos: indigencia material y pobreza psíquica, (Rodríguez Rabanal, 1989).

Es el mandato cultural el que lleva al freno de la violencia,  una identificación a la ley paterna; fundamento del tener a ese otro querido por ideal de identificación. En Hermano, se subraya a  la familia, una suerte de neo formación que da pertenencia, que da respaldo, que da lugar siempre y cuando se sigan las leyes que allí aplican. Es así como la vieja afirmación que el transgresor social no tiene superyó, no hace eco en la realidad de una organización social cuya bandera central es la pobreza y la privación emocional o psíquica. El sujeto busca un referente y si no lo tiene en unos padres abandonantes  en cualquiera de los terrenos que constituyen la fuente de necesidades y demandas, el deseo girará  a esa posesión de poder radical, de reivindicación destructiva que a modo de boomerang detona el daño en vías donde la reparación apenas asoma. Para Freud, la violencia es parte de la condición humana,  en una suerte de disposición que se pone en movimiento desde el mismo nacimiento. Gato chilla para vivir, y toda la fuerza de su grito atrapa a la que será su madre por 17años, articulado él,   en la pasión por lo que sabe hacer;  pero también una vía para escurrir y patear ese camino perforado que representa el barrio.  La vida tiene como condición que el pequeño ser encare respuestas que le suponen enormes montos de perturbación, angustia y displacer en condiciones de dependencia durante un largo período;  además los suministros provendrán de sujetos siempre atravesados por el conflicto. Por supuesto, que las variantes existen y el efecto de respuestas suficientemente buenas o  predominantemente  ausentes, hacen peso a la hora de teñir con mayor o menor color destructivo.

Esa pandilla  llamada Familia

La banda o pandilla liga al grupo con un intenso vínculo emocional,  dando lugar a algo que se experimenta como una poderosa identidad en torno a un líder  que hace olvidar la fragilidad de las identidades individuales que la componen. A través del proceso de identificación proyectiva o de un sentimiento de identidad común, cada miembro individual es capaz de negar inconscientemente su sensación de impotencia en un compartido sentimiento de poder y masculinidad.  Estos lazos eróticos de meta inhibida, ligan a los miembros de la banda en dos direcciones. Explican el odio por quienes son percibidos  como “los de fuera”,  y las cadenas de amor y lealtad que unen a “los de dentro” en el afecto y cooperación. Enfoque freudiano del 1921 que muestra una mirada psicoanalítica a la organización social desde los movimientos psíquicos que hacen a los sujetos en sus vínculos con los otros. El odio hacia los vecinos inmediatos, el equipo de Petare vs. La Vega, muestra el narcisismo en tanto definición del sí mismo donde se juega la vida para ser;  cobrando proporciones absolutas cuando ha sido tocado un blanco del bando propio; con el consecuente saldo destructivo.  El Gato, despliega su pasión en un escenario de elevación,  de ser otro: de la Ceniza a La Vinotinto, de la Canchita al Estadio, reivindicación y prueba de que ha sido salvado. Pero el pacto de hermano para siempre; razón de su ser, en tanto dador y reconocedor de un lugar, lo comprometerá en ese “o los dos o nada” y así se lanza en la carrera sin retorno de materializar la justicia por la que pena Julio; aunque en ello se le vaya la vida. El grupo que asoma aquí como banda,  es una  presencia central en la cinta que hoy discutimos. Es un referente para todo ser humano;  pero cobra relevancia central en la adolescencia. Haya o no padres;  será el lugar privilegiado en el que un joven pone sus ideales y expectativas. Si las identificaciones son fuertes, lo que del grupo deriva puede ser una suerte de transito en el ritual de pasaje que camina;  pero en todo caso, es allí donde las carencias pretenden ser subsanadas. Familia, hermano son palabras que preñan esta historia donde las figuras proveedoras faltan de manera flagrante;  en especial, el padre,  tercero fundamental en lo que hace al vinculo. No hay la distribución tríadica generacional para alimentar la identificación, la referencia, el aprovisionamiento; así que se inventa donde sea;  bastará una dadiva, una promesa de valía. La falta de afirmación yoica queda ubicada en la desconfianza o en la conducta intimidatoria  para paliar los sentimientos de insuficiencia. En la cinta, la figura de padre apenas asoma, el profe no tiene hijos, y estos no tienen padre;  apenas se  alude en un comentario trivial. No hay lugar para simbolizar, léase representar las intensas fantasías que pueblan la rivalidad, la falta.  Y así la vida es concebida en términos de vencer o ser vencido. La proyección en otro diferente de lo que es atacable se exacerba cuando no hay una comunidad de algún tipo, llegando  al odio en el que  lo que se  juega es  la muerte. En  el futbol, el deseo de competición  pone en acto la prolongada rivalidad edipica entre la víctima y el verdugo, ofreciendo tanto la agonía de la derrota simbólica como el éxtasis de la victoria simbólica. Wilfred Bion sugiere que solamente aquellos de nosotros que hayan sufrido tempranas privaciones  necesitan evacuar al mundo exterior su sentimiento de violación por malas experiencias; de modo que  siendo adultos, las experiencias dolorosas que nunca han podido ser simbolizadas  o pensadas se expresan en acciones destructivas.

Tendiendo puentes

Recapitulando algunas de las ideas desarrolladas en estas líneas, me detengo un momento en el futbol, figura central de la trama en torno al cual giran los personajes. Se perfila como un escenario donde el grupo, la competencia, la camaradería, el dar todo por la familia toma otros derroteros.  El escenario de la cancha  permitirá poner en tierra, fantasías y sueños de ser, de triunfar; que aquí refiere al triunfo sobre el abandono, sobre la miseria, sobre la exclusión; sobre todas esas formas de privación que derivan en vulnerabilidad: “Revienta a esos desgraciados y trae un trofeo para el Barrio”: El mandato toma el carácter de  un ajuste de cuentas y así la línea que separa la gloria del triunfo, de la derrota sin regreso, es muy delgada.

Los modos de representación de las situaciones extremas en que viven estos jóvenes  son salidas precarias y  pasajeras. Las  condiciones de vida de  carencia extrema afectan la organización psíquica del sujeto en términos de lo que  entiendo como pobreza psíquica,  término que Rodríguez Rabanal, 1989 desarrolla en su libro “Cicatrices de la Pobreza”, forjándose estructuras yoícas con restricciones en el código lingüístico y en la capacidad de simbolización. El efecto de lo no simbolizable  toma el comando en el devenir del cuerpo social y de los individuos que lo componen y a las fuertísimas sensaciones de inermidad se le suman un terror sin nombre: lo catastrófico resulta siniestramente naturalizado. Las condiciones de vida signadas por la pobreza y traumas sostenidos son el caldo de cultivo de las así llamadas estrategias de supervivencia.  Sobrevivir en esas condiciones significa no poder asumir la sobrecarga de tensión psíquica que ello implica. Se trunca una vida articulada al orden de la elección, de lo que se quiere, de lo que se construye como proyecto.

Al psicoanalista le corresponde inventar sus herramientas cada día en procura de nuevos  abordajes de un panorama social en el que reina el traumatismo social que pone en riesgo dos grandes aspectos del yo y su función: la auto conservación  y la auto preservación.  En estas condiciones no se aceptan las prohibiciones culturales; el sujeto está concentrado en destruir la cultura. Se sorprenderán al conocer a un pensador social que lejos de las atribuciones de ortodoxia e individualismo que se le atribuyen,  dijo por el 1923  “No hace falta decir que una civilización que deja insatisfechos a un número tan grande de sus participantes y los empuja a la rebelión no merece la perspectiva de una existencia duradera”, Sigmund Freud.

Referencias
Minsky, R.: (2000) Las raíces inconscientes de la violencia EN Psicoanálisis y Cultura. Madrid: Cátedra.
Rodriguez R, C.: (1989)  Cicatrices de la Pobreza. Caracas: Nueva Sociedad.
Waisbrot, D. y otros.: (2002) Introducción EN Clínica Psicoanalítica ante las catástrofes sociales. Buenos Aires: Paidós, 2003.
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