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Alicia Leisse
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El ser imposible de la madre

​Desde hace un tiempo me ha dado vueltas un pensamiento recurrente ante la escucha reiterada de un discurso materno cargado de reproche y descontento, ignorancia y rabia que termina por mostrar la paradoja que desde siempre ha ocultado su ideal: lo imposible de su función. Sentada frente a ellas pensaba en la cara contrapuesta de una maternidad embellecida o una actitud contenedora o una disposición diligente. 

Pensaba en el cansancio de un vientre abultado, en la impaciencia frente al pedido sin fin de los hijos por naturaleza demandantes.  Hacer posible la existencia psíquica del nuevo ser comporta, para la mujer, ofrecerse toda, para mirar, con el correr de los años, el desprendimiento y la elección de un camino marcado por el propio deseo casi siempre ajeno al deseo materno. 

Recuerdo algunas imágenes. Una mujer atormentada en su inconfesable reticencia al diálogo con las hijas, se encierra en su cuarto para evitar la confrontación cotidiana que supone cumplir con sus pedidos por desmesurados que estos sean en el afán de acallar la culpa que le reprocha lo que califica como su incapacidad. O esa otra asustada ante la cara de culo de la adolescente siempre lista para reprocharle la falta de novios, de amigos, de todo eso que ella le debería haber dado. Cruza entonces aquella empeñada en ver en su hija no lo que es, sino lo que quisiera, urgida por sus propios descontentos. Y así podría seguir. No, no estoy hablando de buenos y malos. Me interesa detenerme en eso que desde siempre ha estado subyacente al ideal: la madre se desdibuja como sujeto femenino en la diversidad de sus opciones al quedar encasillada en esa condición. Me detengo en lo que refiere a la subversión del sistema, léase lo establecido, en tanto el cuestionamiento al ser de la madre desde un alegato por otra maternidad. Interrogar ciertas afirmaciones que toman el carácter de paradigmas me lleva a insistir en que estas ideas no pretenden ignorar el valor fundamental de la presencia materna pero sí considerar que el ser de la madre refiere a lo que es cada quién y no tanto a lo que está definido como tal. 

Una rápida mirada al devenir histórico define a la mujer, como  la mayor parte de lo que pertenece al ámbito humano, desde un discurso falocéntrico entendido aquí como el discurso de la dominación y el poder masculino. La división del trabajo, de larga data, ubica al hombre, productor laboral y económico, en la esfera pública y la mujer, en tanto madre, en la esfera doméstica, responsable del cuidado de los hijos. La consecuencia inevitable no se hace esperar: la maternidad es entendida como una condición natural, es decir biológica, quedando a un lado la dimensión cultural que comporta todo fenómeno humano. Dicho fenómeno al señalar el tránsito de una condición obligante a una elección, expresión de un deseo inserto en un sistema simbólico, fractura  la femineidad referida a ser madre como parte de un discurso social que lo ha significado de esa manera.  Nancy Chodorov (1978), reputada psicoanalista y socióloga, voz fundamental de replanteamientos así lo advierte al señalar como las niñas son entrenadas a ser nutritivas y enunciadas en que deben ser madres. Aprenden a oír que ser niñas no es tan bueno como ser varones, a identificarse como madres, que una niña debe hacer cosas de niñas y más tarde cosas de mujeres. Yo pregunto, ¿qué son cosas de mujeres? ¿Son sólo cosas de madre? ¿Son siempre cosas de madre? ¿Es ésta la función o es una función?

Detengámonos ahora en eso que refiere al ser de la madre. La maternidad, enunciada como una experiencia personal y psicológica inolvidable, crucial para la estructuración psíquica del niño termina por sostener,  sin embargo, el ordenamiento de la mujer en tanto madre y madre en tanto mujer. Llevemos la mirada a su  propio inconsciente.  El hecho de ser madre es inseparable de un afán narcisista, lo que no quiere decir patológico. Se trata de un anhelo que se engarza con la imagen de sí misma, con las aspiraciones que forman parte de sus ideales, es una vía para cumplir fantasías y satisfacer deseos.  Pero advierte también eso que revive en ella la maternidad, cómo esta representada en su psique. Con frecuencia hay una disparidad irreconciliable entre la insistencia de la mujer por hacerse de un hijo cuando a todas luces la preocupación centrada en lo suyo asomará un compromiso muy recortado porque allí chocan anhelos y marcas identificatorias.  

Pienso en una joven profesional empeñada en la maternidad pero a la que la idea de lactar o invertir su tiempo en alguien a quien cuidar le era tan violento en tanto se trataba de un proyecto nunca experimentado al ser ella misma vista como una niña fea, rara y rechazada por su madre también por la preferencia sospechosamente incestuosa del padre. Tener un hijo siempre supone una tarea desmedida, no es posible responder a todos los pedidos. Eso que falta es una marca que porta el ser humano y forma parte de  cualquier vínculo. A la madre se la confunde en su condición de grávida y paridora como la gestora incondicional de la vida y así quedará inevitablemente tocada en el cumplimiento de ese supuesto serlo todo. Estar sometida a exigencias sostenidas se interpone con el derecho a tener una existencia separada. 

La maternidad comporta un cambio en lo particular de la mujer. La nueva vida no deja de ser intrusiva al requerir de otros límites y readaptaciones más complejas. Los proyectos propios son pospuestos o aún obviados y tiende a olvidarse que lo  reprochado como error o insuficiencia   puede movilizar que el pequeño busque lo propio. Ciertamente nuestra práctica clínica ratifica la relevancia de la madre como fundamento de la organización psíquica del niño, ella lo nombra, ella lo desea, ella aporta las condiciones para que su vida sea posible. Pero esta afirmación, desde una óptica incuestionable, tropieza con esa otra que la supone con un poder que la desborda, un compromiso que no alcanza. Ocupar un lugar de omnipotencia no quiere decir que ella sea omnipotente. Es una suerte de lugar virtual donde lo que da es un todo para el niño pero inevitablemente marcado por el agujero de su  castración, o lo que es lo mismo, de su falta.

La maternidad trae de vuelta en el escenario de la mujer la ilusión  imaginaria de completud una vez vivida, otrora imprescindible, pero nunca más posible. Algunas experiencias dan una pincelada de eso vivido en lo que entiendo como vivencias sublimes, suerte de éxtasis siempre fugaz. Silvia Vegetti (1998), lo llama el niño imaginario de la noche mientras que Kristeva (1988), bellamente lo describe como la reconstrucción del paraíso que el niño imaginario vivió. La mencionada autora Vegetti señala, lo que no deja de tentar un gesto de ironía, que la incompetencia es característica de la condición humana no así del animal. Y así nos encontramos con mujeres de edades diversas, más y menos especializadas, de extracción sociocultural distinta en una posición común: enfrentando las angustias de aniquilación que puede suscitar el parto o los temores que despierta la proximidad de ese otro diferente a quien antes había anticipado con tantas fantasías. 

Si bien el ser de la madre es pensado desde otras perspectivas, al estar situada en un discurso cultural cambiante, el peso de la maternidad  sigue definiendo la identidad de la mujer  lo que desconoce en buena medida el carácter de función. En este orden de ideas el aspecto creativo de la maternidad no se circunscribe a la destreza, sintonía o adecuación que se despliegue con el hijo; involucra conocer los propios límites y determinantes identificatorios, lo que se es como ser individual y lo que se es como sujeto social. La dimensión idealizadora que sitúa a la madre como una especie de figura iconográfica queda así interrogada.  

Me corresponde situarme ahora en el pensamiento psicoanalítico donde un concierto de voces se ha hecho eco para cuestionar   la afirmación social de un ideal femenino definido desde la maternidad. La Dra. Glocer de Fiorini (1996) recoge las palabras de Freud, elocuentes por demás: “El trayecto de la feminidad será una serie de sucesivos deslizamientos de la madre al padre, del pene al niño en que la meta máxima de la femineidad será la maternidad que paradójicamente es una meta de orden fálico”. Hoy por hoy sabemos que si bien no puede decirse que Freud no supiera de mujeres, la investigación acerca de su organización sexual lo  entenderá en términos de continente negro, apreciación que no lo salva de la visión machista de la época. Si la definición freudiana es que la niña resuelve la castración, lo que no tiene o lo que no es, en la fantasía de recibir un hijo del padre y del que después será su pareja,  advierte que lo que responde a su deseo estaría circunscrito a la tenencia del hijo y no que eso fálico puede ser desplazado en algo diferente.  Además, el deseo de la mujer por la maternidad como aquello que la completa no es inherente a la condición femenina por cuanto el anhelo de un hombre por un hijo puede comportar una fantasía similar. 

M. Klein, psicoanalista de pensamiento relevante en los aportes de la vida mental temprana del niño ha contribuido con un enfoque responsabilizador cuando sitúa la respuesta materna como baluarte determinante y definidor de las vicisitudes por las que el niño atravesará en su vida. No es lo único que dice, eso sí; pero sus ideas dejan un sabor de una sobredimensión materna que luce excesiva. En Lacan, la distribución tendenciosamente falocéntrica se hace presente cuando desde otra óptica subraya como la palabra paterna y la norma que establece rescata del atrapamiento que supone quedar a merced del deseo de la madre. Su afirmación parece decir que el tercero, nombre del padre, traería orden allí donde reinaba el caos. Ello parece derivar también una teoría cuerpo vs. ley que refuerza una dicotomía prejuiciosa. Siempre he pensado que el significante falo, represenciun  de un todo,  si bien es metáfora del órgano sexual del hombre, termina por deslizar la preponderancia del ordenamiento desde el discurso masculino. 

La pregunta por otra maternidad lleva a considerar algunas paradojas y mitos que velan la imposibilidad de un  enunciado que la sentencia como vía única de realización.Una primera refiere al entrenamiento de la función. La condición parental es uno de esos oficios que siguen el viejo modelo del aprendizaje sin escuela, esto es, en una medida importante se es lo que se vio, lo que se identificó. La maternidad se amarra a la historia personal, se entrometen anhelos pendientes, reparaciones de lo propio, repeticiones de lo vivido. Es una escuela particular atravesada por lo que a cada cual le ha acontecido en un vínculo de gratificación y de frustración, de conflicto y de falta; es un destino ineludible. La construcción mítica de lo que debe ser definirá una madre-pura-toda sancionada como la que sabe y en función de esto el incumplimiento quedará etiquetado. Frente a ello el pedido de indicadores que alivien el desconcierto no se hace esperar. Las escuelas de padres ilustran con mucha claridad que la angustia ante el desconocimiento no permite la escucha de teorizaciones que fungen como referentes. La urgencia de respuesta muestra que ella debe responder en términos de aquello a lo que por diversos motivos no se tuvo acceso.

Son muchos los lugares desde los cuales se ha redimensionado el ser de la madre, estamos hablando de idealización. La maternidad es un ideal identificatorio, algo a lo que habría que llegar y que quedará registrado como valoración. Lo que no aparece, es que al ser ubicada en función del hijo,  la mujer es sacrificada en aras de una entrega en donde queda más o menos borrada. Las noches sin sueño, los días sin tregua, las aspiraciones contrapuestas advierten la falacia  de sostener esa realización. Prestarse a la fusión o pretender responder al pedido ilimitado no deja de socavar el narcisismo de la madre, su ser y su integridad, eso otro que ella es. La relación con el hijo es una relación asimétrica; mientras que ella es todo para él en las primeras épocas de la vida, él no es todo en la vida de ella. Por otra parte, la estimulación del deseo en el hijo limita el suyo y la pretendida incondicionalidad que en sus inicios requerirá van en paralelo con la advertencia a la madre que él no es su propiedad. De esta manera, maternidad y realización personal pueden llegar a ser incompatibles. La impostura del modelo ideal queda al descubierto en un pedido incumplible. El halo idealizador se advierte en una imagen serena, razonable y contenedora que encajona lo que debe ser y encierra a la mujer en la función maternal. Ser el primer objeto de amor para el hijo presupone un  carácter obligante desconociendo que ambos no van de la mano. El cisma entre lo que se pretende y lo que sucede hace insostenible lo que enuncia el ser de la madre además de que ignora su condición de adulto individual que forma parte de una red de relaciones y que tiene un proyecto propio. 

Los hijos representan exigencias, suponen un costo que, claro está, una vez elegido se estaría dispuesto a afrontar, pero las relaciones no están garantizadas por un lazo de sangre. La maternidad devuelve una cierta ilusión de mantener una suerte de parte faltante propia pero a su vez el hijo se va haciendo un ser lleno de expectativas y búsquedas propias. No hay coincidencia entre lo que la madre pretende y lo que el hijo es; el ser de cada quien así lo advierte, es una vía a la vez dolorosa y felizmente posible para ser uno mismo. 
Finalmente, me refiero a la culpa como una suerte de fardo infaltante ligado a un ideal nunca cumplible. No hay manera de hacer las cosas solamente bien. Winnicott es uno de esos pocos, dentro del pensamiento psicoanalítico preponderante de una época, que valida los sentimientos de rechazo y hostilidad en un vínculo que comporta tantas demandas llegando a acuñar la feliz expresión,  madre suficientemente buena.

Las ideas que hoy traigo pretenden cuestionar la condición de madre como elección única o aún central en la mujer, además de señalar lo insostenible de una respuesta definida desde un ideal. La maternidad es la función que una mujer  puede o no ejercer. Buenos y malos divide el universo en un enfoque que descuida lo que cada cual es, lo que cada quien elige. Dede la ópitca ética que hoy atendemos suscribo la frase de Bion, brillante psicoanalista que aportó teorías innovadoras acerca de la personalidad “No conozco las respuestas a estas preguntas y si las conociera no las daría. Creo que es importante que cada uno las encuentre”.

Referencias:
BION, W.R. (1982)  La Tabla y  La Cesura.  Buenos Aires,  Gedisa.

CHODOROW, N. (1978) The Reproduction of Mothering, USA University of California.

GLOCER de FIORINI, L. (1996)  En los límites de lo femenino: Lo otro. Rev. De Psicoanálisis LIII,2, Págs. 429-455.

KRISTEVA,  J. (1987).  Historias de amor. Mexico, Siglo veintiuno, 1988.
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