Pensando el cambio.
Cuando recibí la invitación a participar en este panel y me dieron el título, preferí dejarlo y no proponer uno diferente. Lo recojo ahora para hacer algunas variaciones y así situar el inicio de mis ideas.
Siglo XXI, vuelta de página histórica. No nos la cuentan; somos personajes protagónicos. Es un hecho que el escenario terapéutico atraviesa cambios relevantes. No puede ser de otra manera. Atendemos problemáticas diversas que convocan nuevos abordajes. El foco de respuesta se ensancha y el sufrimiento, que desde lo social asoma, toca nuestras puertas advirtiendo que la causa del sujeto se tambalea. No hablaría sin embargo de expropiar. La respuesta que hace a nuestro oficio es requerida por doquier; desde la privacidad del consultorio, las aulas escolares, los servicios hospitalarios en sus diferentes especializaciones médicas, los medios de comunicación, las asesorías y así podría seguir. Nuestra práctica clínica queda, sí, intervenida porque se nos imponen cambios que nos obligan a repensar el método tanto como los fundamentos teóricos y técnicos que lo sustentan desde esta nueva perspectiva.
Los recursos tecnológicos como vía de abordaje terapéutico llegaron para quedarse. Las migraciones a la orden del día en nuestros países, las distancias geográficas o el alcance de entrenamiento especializado por vías virtuales son algunos detonantes de las demandas y ofertas que se ofrecen. Es en este contexto que la terapéutica contemporánea interviene un escenario estructurado de otra manera en tiempo y en espacio. La presencia de dos personas en un mismo cuarto, la postura, tono de voz, gestos que acompañan o hacen parte del lenguaje que acompasa el encuentro analítico, es sustituida por el intercambio telefónico o vía Skype y aun el chat. Mientras que detractores y defensores toman posiciones, corresponde atender los efectos de tales variaciones en términos de la dirección que pretende la cura, de qué trata la cura misma y cómo quedan las herramientas que hacen al oficio. Ninguna terapia dentro de las propuestaspsi descansa en un hacer lo que se quiera. Con diferencias por el esquema referencial teórico que se sostiene, rige un método de trabajo. Así que considerar que cambios suceden y cuáles se sostienen a la luz de las innovaciones de espacio y tiempo que hoy debatimos, es ineludible. Los efectos de tales cambios no necesariamente tienen que ser limitantes o perjudiciales; pero conocerlos permite trabajar con ellos y ganarlos para el paisaje terapéutico. Ello fue subrayado por Freud una y otra vez. A pocos años de haber sistematizado los trabajos sobre técnica en 1912, advierte la importancia de: “revisar el estado de nuestra terapia y examinar en qué nuevas direcciones podría continuar su desarrollo”. Hoy nos detenemos para mirar más de cerca el encuadre tanto como nuestros instrumentos clínicos en la idea de validar el método y actualizar la propuesta.
Me adentré en los parajes tecnológicos hace unos 6 años, cuando una de mis pacientes me planteo que se iba por un tiempo pero que quería continuar su trabajo. Otra se iba al exterior a cumplir un viejo deseo de regreso. Me fui encontrando con un número creciente de pacientes que emigraban. Las veía en Skype y de tanto en tanto sosteníamos un encuentro presencial. Mi práctica siguió siendo psicoanalítica en vista de la escucha de un decir no dicho, atisbando la presencia del escenario inconsciente; pero sobre todo, aceptaba el pedido de ayuda para procurarse otros caminos. Surgieron nuevos pedidos virtuales: para supervisar casos, atender una psicoterapia desde los inicios, encontrar vías para abrir formación psicoanalítica a distancia. Algo en común asomaba, la búsqueda de beneficio terapéutico. Para todos ellos el espacio presencial seguía allí disponible a sabiendas de su oferta irremplazable. En los comienzos, porque conocer a la persona es asunto a cuidar en vista de que no habrá historia de presencia; y en el proceso, porque el encuentro cara a cara da una suerte de soporte de significación simbólica.
La empresa analítica supone frecuencia, lugar físico, acuerdos de trabajo. Lo llamamos encuadre y refiere a las condiciones que requerimos para que se instale un dialogo inédito en el que el paciente se va apropiando de un saber que no sabe, despejando oscuridades que lo comprometen en repeticiones y hacerse así un poco más dueño de sus elecciones y deseos. Que ahora sea otra la escena, convoca el hallazgo. De qué se trata lo que sucede, cómo varía el proceso, qué se produce. Escuchamos decir: “no es la misma cosa que cuando nos vemos frente a frente” -diván incluido- denotando que hay algo diferente. Es parte del equipaje que habrá que rearmar. Procurar hoy por hoy un encuadre es inseparable de reales que asoma el vivir urbano o de la carencia del vivir rural. Y ello sin comprometer lo que es mandatorio en un marco de trabajo posible. Hace rato aprendimos la diferencia entre contarle al otro lo que le pasa y pensar sobre eso que le pasa. Me decía una supervisanda, que el espacio que ella tiene con su terapeuta y con nuestro encuentro semanal, “le da estructura”. Hace un par de semanas me había escrito un correo; lucía como un pedido rescatador, no tenía colegas con quien intercambiar y un espacio más institucional le ponía trabas diversas, sin hablar de las diferencias culturales que la movían a buscar diálogos más cercanos en idioma, ciudades tanto como en afinidades teóricas.
En la formación de psicoanalistas, en países donde no hay Institutos que acrediten el entrenamiento, se estudia la posibilidad de validar el análisis “a distancia” en el cual se combinen horas presenciales y virtuales, ofreciendo así una continuidad y favoreciendo una mayor profundidad en una experiencia concebida en términos de intercambio emocional limitado, por la baja frecuencia de los encuentros exclusivamente presenciales.
Pensando la clínica
¿Es posible implementar la terapia psicoanalítica a través de Internet u otros medios tecnológicos? ¿Qué consecuencias genera? Marisa Ludmer (2010) propone una línea de indagación advirtiendo que “la situación dentro de la cual el psicoanálisis tiene que vivir hoy día ha cambiado radicalmente respecto a las condiciones que prevalecían hace treinta o cuarenta años”. Yo agrego que el psicoanálisis es solicitado desde otro lugar. Si bien como señala la autora, la tecnología cada vez ocupa más espacio en la vida de las personas, corresponde considerar que pasa específicamente en el campo psicoanalítico. Consideremos en primer término si la práctica analítica se condice con la implementación tecnológica en el intercambio de paciente y analista. No están en el mismo cuarto, condición para el trabajo y el encuentro físico ocurre a través de la voz sin mirada, o a través de la mirada compartida, uno con otro, o uno mirando y el otro no. ¿Permite que se preserven los parámetros necesarios para que se dé el trabajo? Y en ese caso ¿cuáles deben ser contemplados? ¿Puede el psicoanálisis ser una nueva alternativa terapéutica en la actual oferta de terapias a distancia? Brainsky (2003) sostiene que la tecnología se mueve mucho más rápidamente que nuestras posibilidades de lograr una adaptación cultural a ella.
Veamos de donde vienen las demandas. Desde mi experiencia, recojo pedidos diversos:
Continuar los análisis emprendidos con un encuadre modificado en razón de migraciones. La indicación de elegir otro terapeuta puede resultar una opción poco viable en virtud del peso que hacen las diferencias culturales que comportan cambios, incluso, en cuanto al discurso en sí mismo. Cuando fui entrevistada para optar a la formación psicoanalítica, causaba asombro que pudiera atender a ese compromiso si tenía un hijo pequeño; más evidente fue con una colega que había decidido tener un hijo sin padre que asumiera directamente esa función.
Interviene también el idioma y lo que comporta que es a través de la lengua hablada que el paciente se muestra. Dar cuenta del inconsciente que asoman las palabras no tiene que ver con descifrar o adivinar. La atención flotante es ciertamente condición para no privilegiar algún contenido en particular; pero la escucha detenida en su dimensión consciente, corresponde. Los costos y distancias geográficas también pesan. La mayoría de los que atendemos fuera de nuestras fronteras aplican a honorarios accesibles para a su vez dar la cara a lo que la inserción en un nuevo país les insume.
La geografía, finalmente, hace figura de manera determinante. Países recónditos, pueblos lejanos, fronteras insalvables apenas detienen las cercanías que rescatan las ofertas online y ello alcanza el campo de las terapias y los entrenamientos. La polémica ya no se centra en el aprovechamiento del paciente para logros terapéuticos; refiere a como se acredita un candidato dentro de una formación psicoanalítica si la experiencia de la transferencia, el marco de la asociación libre o el trabajo de la resistencia no tiene el día a día del encuentro presencial con el analista, aspecto vivencial de su entrenamiento que le será necesario para lo que emprenderá con sus propios pacientes. La discusión aquí es más cerrada y las opciones más resistidas. Pero la puja se sostiene y los colegas de países con pocos medios para afrontar viajes y formarse en otros lugares reclaman vías alternas. Es una muestra clara de como el escenario de vida del sujeto contemporáneo convoca a repensar la técnica.
En las ideas que me ocupan, encuentro que los medios tecnológicos más utilizados son el Skype y/o el teléfono, utilizado para sesiones propiamente dichas o para supervisión de casos. También el mensaje de texto, alternativa de comunicación rápida, habitualmente extra sesión que no deja de tener un tono disruptor, pero que asoma la pretensión de formar parte del espacio terapéutico. La viñeta a continuación es de una paciente que viaja cada tanto por algún tiempo y su terapeuta le ofrece la opción de verla vía Skype. En uno de sus regresos, ante un desencuentro con su analista por un olvido del mismo, sucede el siguiente intercambio: …” disponga como quiera de mi espacio del martes porque no estoy dispuesta a ir. Quizá el viernes podamos sentarnos a revisar o replantear nuestro acuerdo. No requiere mucha reflexión, es un punto de respeto.”…“lahora del martes es suya, responde el analista; se la guardo. Es su espacio, al menos hasta poder hablarlo personalmente, ya sea el martes o el viernes. Estaré aquí.” El analista, empujado por el movimiento contratransferencial responde, dando una posibilidad para resituar el lugar perdido aún fuera del dialogo en la sesión. Sale y entra de su compromiso transferencial, advirtiendo que las maniobras para preservar el trabajo del aquí y ahora son mayores. Refiere a nuevas opciones con pacientes estructuralmente más comprometidos.
Las variantes en las formas de abordaje no pretenden suplir lo que hace a la presencia. Se trata de modificaciones necesarias en vista de procurar nuevas opciones. Tanto la computadora como el teléfono se transformaron en elementos indispensables en la vida de las personas y gran parte del desenvolvimiento cotidiano circula a través de ellos. Sin embargo, para muchos analistas el llamado telefónico en el curso de un análisis está aún ligado a la urgencia. La diferencia generacional también interviene. Encontramos que para los jóvenes, teléfono y presencia física es vivido como equivalente; convirtiendo en más presencial el teléfono y el chat que el encuentro mismo.
III. Pensando el setting
En la terapia psicoanalítica online, corresponde definir el setting que ocupa al par analítico. Fijar un tiempo y un día establecido para las sesiones, honorarios, formas de pago tanto como la frecuencia. refieren a un encuadre necesario para establecer el marco de trabajo que en tanto asumido, se desdibuja y da lugar al proceso analítico como tal. Esto permite recrear las condiciones necesarias para llevar a cabo el análisis al tiempo que le da el carácter legítimo que lo saca de “una condición especial” en la que pueden colar trabas resistenciales diversas como ocurre con cualquier trabajo terapéutico. Coincido con lo citado por Brainsky (2003) que los cambios que propone el abordaje psicoanalítico requieren un cuestionamiento cuidadoso de las modificaciones técnicas. Hay que mantener una cierta flexibilidad entre la perentoriedad que demandan los cambios sociales y la estabilidad propia de las premisas básicas de lo psicoanalítico.
Parece un exceso hablar de análisis virtual. La palabra comporta un cierto equivoco en tanto instrumento de la era tecnológica que prevalece, pero en la que los intercambios pueden ser también entendidos como “no reales”. Lo que sí está claro es que aun estableciendo condiciones de trabajo bajo el paraguas del quehacer psicoanalítico, llamémosle “tradicional”, las modificaciones técnicas están. Estas alcanzan a ambos actores en vista de arreglos en el encuadre que deben acordar o que el analista contempla en tanto ocupa su posición y asume el lugar atribuido en la transferencia. La intervención del analista, la escucha, la neutralidad, la asociación libre, la abstinencia o la atención flotante si bien principios rectores de nuestra práctica, no son estamentos fijos que se aplican en bloque sin matices ni movimientos.
Cómo se encuentran el paciente y el analista es una primera escena. No deja de sorprender cada vez que un paciente pide referencia de alguien que atienda por Skype o teléfono. Son los dos medios que encuentro más concurridos; no así el correo electrónico y poco el chat. Al parecer, preservar el hablar verbal es una condición que también los pacientes privilegian al menos para un proceso que se sucede en el tiempo. Me refiero a la continuidad de las sesiones, no para una consulta o comentario puntual.
En mi experiencia, los pacientes hacen los arreglos necesarios para estar. Se conectan en salas de espera, aeropuertos, teléfonos, acondicionando un cuarto o preservando la intimidad del espacio. En los inicios, prefiero proponer entrevistas no solo para lo que compete a conocer al paciente y lo que corresponde como terapéutica, también para ver la viabilidad de un tratamiento de esta naturaleza; los criterios diagnósticos favorables o contraindicados. Es condición del análisis que haya un encuadre aun con las particularidades que comporte. Corresponden la neutralidad y la abstinencia, principios rectores de nuestro trabajo. Refiere a que el analista no entromete sus valores, consejos o preferencias teóricas. En el análisis a distancia, la palabra hablada es lo que aparece en escena; claro está, con sus acompañantes tonales y sintácticos, pero lo que el analista recoge es fundamentalmente lo que el paciente habla con la palabra y aunque puede registrar otros matices, no están tan a la mano. El discurso se muestra más en una suerte de dialogo, la asociación libre cursa con intercambios y el tiempo asoma. En suma, la presencia consciente parece mayor. Los silencios se soportan mal, hay que decir algo; así lo entiende al menos el paciente porque además la necesidad de escucha es mayor. Sí comprobamos que en el curso de la sesión virtual el paciente se va soltando de estos amarres, aunque tome más tiempo.
La transferencia, trama vincular protagónica del análisis tiene visos propios. La idealización posiblemente será mayor porque la espera de lo que da el analista queda subrayada con un plus que subsane esos otros faltantes que da la presencia y lo que eso supone para cada quien.
También la respuesta del analista está teñida por el escenario virtual. El apremio por una palabra advierte el efecto que el tiempo y el espacio tienen. Aliviar o esclarecer, tientan una escucha más indicadora y menos de indagación, cónsona con la tarea que nos compete procuradora hilvanes propios. Afirma Ludmer, que en la terapia tradicional todos los sentidos están al servicio de la sesión, mientras que en la terapia a distancia no es así. El analista no puede ver la cara del paciente ni su ropa, ni su cuerpo. Recordemos que el uso de la cámara, una vez superadas las dificultades de señal, es una opción tanto del paciente como del analista. Raramente mis pacientes comentan porque no aparezco en la cámara; pienso que no se animan a hacerlo, pero la pregunta ronda en silencio. Y si la explicito, la prefieren. Pensemos en un encuentro virtual con un enamorado y ese otro cuerpo a cuerpo. La disimilitud de la comparación sirve para ilustrar como en este otro escenario asoman nuevas demandas. La conducción de la cura arriesga lo que entendemos como actos del analista, “stricto sensu”; haceres inevitables que si bien intervienen en eso libre o flotante, permiten discernir no solo lo que a un paciente particular le corresponde; también a ese encuadre que no se condice con un “prêt a porter”, en tanto a la medida de cada inconsciente engarzado en el real social.
Termino, no sin antes dejar sobre la mesa un asunto tan pertinente como álgido. Refiere a la condición de confidencialidad que requieren los espacios analíticos. El acceso a redes de comunicación no la garantiza; por el contrario, la arriesga. Las intrusiones, jaqueos, publicaciones no autorizadas y la larga lista de lo que comporta que un quehacer privado se haga público; como las discusiones clínicas que nuestros intercambios científicos proponen, atraviesan la escucha analítica y el decir del paciente. Cuestiones para seguir pensando y desde allí rediseñar nuestro quehacer.
Resumen
Es un hecho actual que el escenario terapéutico encara cambios relevantes. Atendemos problemáticas diversas que convocan nuevos abordajes; el foco de respuesta se ensancha y el sufrimiento desde lo social asoma, advirtiendo que la causa del sujeto se tambalea. La práctica clínica intenta preservar un método de trabajo, pero debe rediseñar qué otros espacios puede ofrecer en vista también de otras demandas así como atender los efectos de las variaciones en el encuadre.
Referencias bibliográficas
Bleger, J.: (1967) Simbiosis y ambigüedad. Buenos Aires: Paidós, 1978.
Brainsky, ¿Adaptarse a la tecnología o idealizarla?". En Profundidad. Revista de la IPA. Vol. 12.Junio, 2003
Freud, S.: (1918) Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica. Buenos Aires; Amorrortu XVII, 1979.
Ludmer, Marisa.: (2011) ¿Es posible realizar terapia psicoanalítica a distancia? Website: cesa-gjp.ning.com/profiles
Cuando recibí la invitación a participar en este panel y me dieron el título, preferí dejarlo y no proponer uno diferente. Lo recojo ahora para hacer algunas variaciones y así situar el inicio de mis ideas.
Siglo XXI, vuelta de página histórica. No nos la cuentan; somos personajes protagónicos. Es un hecho que el escenario terapéutico atraviesa cambios relevantes. No puede ser de otra manera. Atendemos problemáticas diversas que convocan nuevos abordajes. El foco de respuesta se ensancha y el sufrimiento, que desde lo social asoma, toca nuestras puertas advirtiendo que la causa del sujeto se tambalea. No hablaría sin embargo de expropiar. La respuesta que hace a nuestro oficio es requerida por doquier; desde la privacidad del consultorio, las aulas escolares, los servicios hospitalarios en sus diferentes especializaciones médicas, los medios de comunicación, las asesorías y así podría seguir. Nuestra práctica clínica queda, sí, intervenida porque se nos imponen cambios que nos obligan a repensar el método tanto como los fundamentos teóricos y técnicos que lo sustentan desde esta nueva perspectiva.
Los recursos tecnológicos como vía de abordaje terapéutico llegaron para quedarse. Las migraciones a la orden del día en nuestros países, las distancias geográficas o el alcance de entrenamiento especializado por vías virtuales son algunos detonantes de las demandas y ofertas que se ofrecen. Es en este contexto que la terapéutica contemporánea interviene un escenario estructurado de otra manera en tiempo y en espacio. La presencia de dos personas en un mismo cuarto, la postura, tono de voz, gestos que acompañan o hacen parte del lenguaje que acompasa el encuentro analítico, es sustituida por el intercambio telefónico o vía Skype y aun el chat. Mientras que detractores y defensores toman posiciones, corresponde atender los efectos de tales variaciones en términos de la dirección que pretende la cura, de qué trata la cura misma y cómo quedan las herramientas que hacen al oficio. Ninguna terapia dentro de las propuestaspsi descansa en un hacer lo que se quiera. Con diferencias por el esquema referencial teórico que se sostiene, rige un método de trabajo. Así que considerar que cambios suceden y cuáles se sostienen a la luz de las innovaciones de espacio y tiempo que hoy debatimos, es ineludible. Los efectos de tales cambios no necesariamente tienen que ser limitantes o perjudiciales; pero conocerlos permite trabajar con ellos y ganarlos para el paisaje terapéutico. Ello fue subrayado por Freud una y otra vez. A pocos años de haber sistematizado los trabajos sobre técnica en 1912, advierte la importancia de: “revisar el estado de nuestra terapia y examinar en qué nuevas direcciones podría continuar su desarrollo”. Hoy nos detenemos para mirar más de cerca el encuadre tanto como nuestros instrumentos clínicos en la idea de validar el método y actualizar la propuesta.
Me adentré en los parajes tecnológicos hace unos 6 años, cuando una de mis pacientes me planteo que se iba por un tiempo pero que quería continuar su trabajo. Otra se iba al exterior a cumplir un viejo deseo de regreso. Me fui encontrando con un número creciente de pacientes que emigraban. Las veía en Skype y de tanto en tanto sosteníamos un encuentro presencial. Mi práctica siguió siendo psicoanalítica en vista de la escucha de un decir no dicho, atisbando la presencia del escenario inconsciente; pero sobre todo, aceptaba el pedido de ayuda para procurarse otros caminos. Surgieron nuevos pedidos virtuales: para supervisar casos, atender una psicoterapia desde los inicios, encontrar vías para abrir formación psicoanalítica a distancia. Algo en común asomaba, la búsqueda de beneficio terapéutico. Para todos ellos el espacio presencial seguía allí disponible a sabiendas de su oferta irremplazable. En los comienzos, porque conocer a la persona es asunto a cuidar en vista de que no habrá historia de presencia; y en el proceso, porque el encuentro cara a cara da una suerte de soporte de significación simbólica.
La empresa analítica supone frecuencia, lugar físico, acuerdos de trabajo. Lo llamamos encuadre y refiere a las condiciones que requerimos para que se instale un dialogo inédito en el que el paciente se va apropiando de un saber que no sabe, despejando oscuridades que lo comprometen en repeticiones y hacerse así un poco más dueño de sus elecciones y deseos. Que ahora sea otra la escena, convoca el hallazgo. De qué se trata lo que sucede, cómo varía el proceso, qué se produce. Escuchamos decir: “no es la misma cosa que cuando nos vemos frente a frente” -diván incluido- denotando que hay algo diferente. Es parte del equipaje que habrá que rearmar. Procurar hoy por hoy un encuadre es inseparable de reales que asoma el vivir urbano o de la carencia del vivir rural. Y ello sin comprometer lo que es mandatorio en un marco de trabajo posible. Hace rato aprendimos la diferencia entre contarle al otro lo que le pasa y pensar sobre eso que le pasa. Me decía una supervisanda, que el espacio que ella tiene con su terapeuta y con nuestro encuentro semanal, “le da estructura”. Hace un par de semanas me había escrito un correo; lucía como un pedido rescatador, no tenía colegas con quien intercambiar y un espacio más institucional le ponía trabas diversas, sin hablar de las diferencias culturales que la movían a buscar diálogos más cercanos en idioma, ciudades tanto como en afinidades teóricas.
En la formación de psicoanalistas, en países donde no hay Institutos que acrediten el entrenamiento, se estudia la posibilidad de validar el análisis “a distancia” en el cual se combinen horas presenciales y virtuales, ofreciendo así una continuidad y favoreciendo una mayor profundidad en una experiencia concebida en términos de intercambio emocional limitado, por la baja frecuencia de los encuentros exclusivamente presenciales.
Pensando la clínica
¿Es posible implementar la terapia psicoanalítica a través de Internet u otros medios tecnológicos? ¿Qué consecuencias genera? Marisa Ludmer (2010) propone una línea de indagación advirtiendo que “la situación dentro de la cual el psicoanálisis tiene que vivir hoy día ha cambiado radicalmente respecto a las condiciones que prevalecían hace treinta o cuarenta años”. Yo agrego que el psicoanálisis es solicitado desde otro lugar. Si bien como señala la autora, la tecnología cada vez ocupa más espacio en la vida de las personas, corresponde considerar que pasa específicamente en el campo psicoanalítico. Consideremos en primer término si la práctica analítica se condice con la implementación tecnológica en el intercambio de paciente y analista. No están en el mismo cuarto, condición para el trabajo y el encuentro físico ocurre a través de la voz sin mirada, o a través de la mirada compartida, uno con otro, o uno mirando y el otro no. ¿Permite que se preserven los parámetros necesarios para que se dé el trabajo? Y en ese caso ¿cuáles deben ser contemplados? ¿Puede el psicoanálisis ser una nueva alternativa terapéutica en la actual oferta de terapias a distancia? Brainsky (2003) sostiene que la tecnología se mueve mucho más rápidamente que nuestras posibilidades de lograr una adaptación cultural a ella.
Veamos de donde vienen las demandas. Desde mi experiencia, recojo pedidos diversos:
Continuar los análisis emprendidos con un encuadre modificado en razón de migraciones. La indicación de elegir otro terapeuta puede resultar una opción poco viable en virtud del peso que hacen las diferencias culturales que comportan cambios, incluso, en cuanto al discurso en sí mismo. Cuando fui entrevistada para optar a la formación psicoanalítica, causaba asombro que pudiera atender a ese compromiso si tenía un hijo pequeño; más evidente fue con una colega que había decidido tener un hijo sin padre que asumiera directamente esa función.
Interviene también el idioma y lo que comporta que es a través de la lengua hablada que el paciente se muestra. Dar cuenta del inconsciente que asoman las palabras no tiene que ver con descifrar o adivinar. La atención flotante es ciertamente condición para no privilegiar algún contenido en particular; pero la escucha detenida en su dimensión consciente, corresponde. Los costos y distancias geográficas también pesan. La mayoría de los que atendemos fuera de nuestras fronteras aplican a honorarios accesibles para a su vez dar la cara a lo que la inserción en un nuevo país les insume.
La geografía, finalmente, hace figura de manera determinante. Países recónditos, pueblos lejanos, fronteras insalvables apenas detienen las cercanías que rescatan las ofertas online y ello alcanza el campo de las terapias y los entrenamientos. La polémica ya no se centra en el aprovechamiento del paciente para logros terapéuticos; refiere a como se acredita un candidato dentro de una formación psicoanalítica si la experiencia de la transferencia, el marco de la asociación libre o el trabajo de la resistencia no tiene el día a día del encuentro presencial con el analista, aspecto vivencial de su entrenamiento que le será necesario para lo que emprenderá con sus propios pacientes. La discusión aquí es más cerrada y las opciones más resistidas. Pero la puja se sostiene y los colegas de países con pocos medios para afrontar viajes y formarse en otros lugares reclaman vías alternas. Es una muestra clara de como el escenario de vida del sujeto contemporáneo convoca a repensar la técnica.
En las ideas que me ocupan, encuentro que los medios tecnológicos más utilizados son el Skype y/o el teléfono, utilizado para sesiones propiamente dichas o para supervisión de casos. También el mensaje de texto, alternativa de comunicación rápida, habitualmente extra sesión que no deja de tener un tono disruptor, pero que asoma la pretensión de formar parte del espacio terapéutico. La viñeta a continuación es de una paciente que viaja cada tanto por algún tiempo y su terapeuta le ofrece la opción de verla vía Skype. En uno de sus regresos, ante un desencuentro con su analista por un olvido del mismo, sucede el siguiente intercambio: …” disponga como quiera de mi espacio del martes porque no estoy dispuesta a ir. Quizá el viernes podamos sentarnos a revisar o replantear nuestro acuerdo. No requiere mucha reflexión, es un punto de respeto.”…“lahora del martes es suya, responde el analista; se la guardo. Es su espacio, al menos hasta poder hablarlo personalmente, ya sea el martes o el viernes. Estaré aquí.” El analista, empujado por el movimiento contratransferencial responde, dando una posibilidad para resituar el lugar perdido aún fuera del dialogo en la sesión. Sale y entra de su compromiso transferencial, advirtiendo que las maniobras para preservar el trabajo del aquí y ahora son mayores. Refiere a nuevas opciones con pacientes estructuralmente más comprometidos.
Las variantes en las formas de abordaje no pretenden suplir lo que hace a la presencia. Se trata de modificaciones necesarias en vista de procurar nuevas opciones. Tanto la computadora como el teléfono se transformaron en elementos indispensables en la vida de las personas y gran parte del desenvolvimiento cotidiano circula a través de ellos. Sin embargo, para muchos analistas el llamado telefónico en el curso de un análisis está aún ligado a la urgencia. La diferencia generacional también interviene. Encontramos que para los jóvenes, teléfono y presencia física es vivido como equivalente; convirtiendo en más presencial el teléfono y el chat que el encuentro mismo.
III. Pensando el setting
En la terapia psicoanalítica online, corresponde definir el setting que ocupa al par analítico. Fijar un tiempo y un día establecido para las sesiones, honorarios, formas de pago tanto como la frecuencia. refieren a un encuadre necesario para establecer el marco de trabajo que en tanto asumido, se desdibuja y da lugar al proceso analítico como tal. Esto permite recrear las condiciones necesarias para llevar a cabo el análisis al tiempo que le da el carácter legítimo que lo saca de “una condición especial” en la que pueden colar trabas resistenciales diversas como ocurre con cualquier trabajo terapéutico. Coincido con lo citado por Brainsky (2003) que los cambios que propone el abordaje psicoanalítico requieren un cuestionamiento cuidadoso de las modificaciones técnicas. Hay que mantener una cierta flexibilidad entre la perentoriedad que demandan los cambios sociales y la estabilidad propia de las premisas básicas de lo psicoanalítico.
Parece un exceso hablar de análisis virtual. La palabra comporta un cierto equivoco en tanto instrumento de la era tecnológica que prevalece, pero en la que los intercambios pueden ser también entendidos como “no reales”. Lo que sí está claro es que aun estableciendo condiciones de trabajo bajo el paraguas del quehacer psicoanalítico, llamémosle “tradicional”, las modificaciones técnicas están. Estas alcanzan a ambos actores en vista de arreglos en el encuadre que deben acordar o que el analista contempla en tanto ocupa su posición y asume el lugar atribuido en la transferencia. La intervención del analista, la escucha, la neutralidad, la asociación libre, la abstinencia o la atención flotante si bien principios rectores de nuestra práctica, no son estamentos fijos que se aplican en bloque sin matices ni movimientos.
Cómo se encuentran el paciente y el analista es una primera escena. No deja de sorprender cada vez que un paciente pide referencia de alguien que atienda por Skype o teléfono. Son los dos medios que encuentro más concurridos; no así el correo electrónico y poco el chat. Al parecer, preservar el hablar verbal es una condición que también los pacientes privilegian al menos para un proceso que se sucede en el tiempo. Me refiero a la continuidad de las sesiones, no para una consulta o comentario puntual.
En mi experiencia, los pacientes hacen los arreglos necesarios para estar. Se conectan en salas de espera, aeropuertos, teléfonos, acondicionando un cuarto o preservando la intimidad del espacio. En los inicios, prefiero proponer entrevistas no solo para lo que compete a conocer al paciente y lo que corresponde como terapéutica, también para ver la viabilidad de un tratamiento de esta naturaleza; los criterios diagnósticos favorables o contraindicados. Es condición del análisis que haya un encuadre aun con las particularidades que comporte. Corresponden la neutralidad y la abstinencia, principios rectores de nuestro trabajo. Refiere a que el analista no entromete sus valores, consejos o preferencias teóricas. En el análisis a distancia, la palabra hablada es lo que aparece en escena; claro está, con sus acompañantes tonales y sintácticos, pero lo que el analista recoge es fundamentalmente lo que el paciente habla con la palabra y aunque puede registrar otros matices, no están tan a la mano. El discurso se muestra más en una suerte de dialogo, la asociación libre cursa con intercambios y el tiempo asoma. En suma, la presencia consciente parece mayor. Los silencios se soportan mal, hay que decir algo; así lo entiende al menos el paciente porque además la necesidad de escucha es mayor. Sí comprobamos que en el curso de la sesión virtual el paciente se va soltando de estos amarres, aunque tome más tiempo.
La transferencia, trama vincular protagónica del análisis tiene visos propios. La idealización posiblemente será mayor porque la espera de lo que da el analista queda subrayada con un plus que subsane esos otros faltantes que da la presencia y lo que eso supone para cada quien.
También la respuesta del analista está teñida por el escenario virtual. El apremio por una palabra advierte el efecto que el tiempo y el espacio tienen. Aliviar o esclarecer, tientan una escucha más indicadora y menos de indagación, cónsona con la tarea que nos compete procuradora hilvanes propios. Afirma Ludmer, que en la terapia tradicional todos los sentidos están al servicio de la sesión, mientras que en la terapia a distancia no es así. El analista no puede ver la cara del paciente ni su ropa, ni su cuerpo. Recordemos que el uso de la cámara, una vez superadas las dificultades de señal, es una opción tanto del paciente como del analista. Raramente mis pacientes comentan porque no aparezco en la cámara; pienso que no se animan a hacerlo, pero la pregunta ronda en silencio. Y si la explicito, la prefieren. Pensemos en un encuentro virtual con un enamorado y ese otro cuerpo a cuerpo. La disimilitud de la comparación sirve para ilustrar como en este otro escenario asoman nuevas demandas. La conducción de la cura arriesga lo que entendemos como actos del analista, “stricto sensu”; haceres inevitables que si bien intervienen en eso libre o flotante, permiten discernir no solo lo que a un paciente particular le corresponde; también a ese encuadre que no se condice con un “prêt a porter”, en tanto a la medida de cada inconsciente engarzado en el real social.
Termino, no sin antes dejar sobre la mesa un asunto tan pertinente como álgido. Refiere a la condición de confidencialidad que requieren los espacios analíticos. El acceso a redes de comunicación no la garantiza; por el contrario, la arriesga. Las intrusiones, jaqueos, publicaciones no autorizadas y la larga lista de lo que comporta que un quehacer privado se haga público; como las discusiones clínicas que nuestros intercambios científicos proponen, atraviesan la escucha analítica y el decir del paciente. Cuestiones para seguir pensando y desde allí rediseñar nuestro quehacer.
Resumen
Es un hecho actual que el escenario terapéutico encara cambios relevantes. Atendemos problemáticas diversas que convocan nuevos abordajes; el foco de respuesta se ensancha y el sufrimiento desde lo social asoma, advirtiendo que la causa del sujeto se tambalea. La práctica clínica intenta preservar un método de trabajo, pero debe rediseñar qué otros espacios puede ofrecer en vista también de otras demandas así como atender los efectos de las variaciones en el encuadre.
Referencias bibliográficas
Bleger, J.: (1967) Simbiosis y ambigüedad. Buenos Aires: Paidós, 1978.
Brainsky, ¿Adaptarse a la tecnología o idealizarla?". En Profundidad. Revista de la IPA. Vol. 12.Junio, 2003
Freud, S.: (1918) Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica. Buenos Aires; Amorrortu XVII, 1979.
Ludmer, Marisa.: (2011) ¿Es posible realizar terapia psicoanalítica a distancia? Website: cesa-gjp.ning.com/profiles