1. La pareja en el escenario terapéutico
Hablar de la pareja desde distintos enfoques teóricos o clínicos no puede sino enriquecer la escucha de un abordaje que cada vez tiene mayor demanda y que se conforma en un encuentro particular que atañe a tres personas. Las ideas que traigo recogen la propuesta de enfocar la pareja desde nuestro vivir, en la aproximación casi obligante de dar cuenta de que hablamos hoy al considerar los cambios que comporta la vida en común, al tiempo que suscribo la afirmación de Giddens 1995, que la modernidad es inseparable de la intervención de la razón, en la que caben la pregunta y el pensar. Habitamos tiempos de menor preocupación porque los hechos cuadren, en los que la explicación causal no alcanza y la diversidad o la asincronía prometen nuevas aperturas. Ello supone un saber por demás dinámico, derogador de explicaciones dogmáticas que no queda en el campo de la exploración teórica; la propia pareja lo trae a la consulta. La problemática que supone convivir en una relación de a dos no es nueva, siempre ha estado; sí lo es el pedido de ayuda que suele producirse a raíz de una crisis aguda, cuando asoma una separación inminente o ya está en proceso. La pregunta sobre que suscita conflictos que acaban con la relación o devienen en un equilibrio insatisfactorio, formará parte del acuerdo de trabajo que reúne a los tres actores del escenario terapéutico en una tarea conjunta que apunta a la relación y a la historia construida más que lo que acontece en un miembro particular.
En qué entorno vive la pareja nos lleva a subrayar la intensa movilización a la que está sometida en una realidad que la sobrepasa. La inestabilidad preside una vida de creciente dificultad: el par conyugal invierte su tiempo en la actividad laboral o en la atención de los hijos de manera tal, que la presencia de a dos, o lo que es lo mismo el espacio que reclama la intimidad, queda ignorado afectando la vida sexual hasta un punto que termina por desconocerse porqué podría ser importante, y cuando por fin la quieren recuperar parece demasiado tarde: cada quién ha tomado caminos tan divergentes que ya no quedan proyectos en común ni ganas para construirlos. Siendo psicoanalista que dedica su práctica a la atención prevalentemente individual, no deja de sorprenderme que en el último año acuden más de siete parejas a tratamiento en forma regular, de las que todavía atiendo a cuatro, asomando un planteamiento que no se reduce a evitar una separación o a modificar un clima perturbador; quieren entender qué les pasa para procurarse nuevas opciones.
El título que encabeza estas líneas, tiene su razón de ser; no se trata de un juego de palabras. El estudio sistemático del discurso del sujeto que da cuenta de qué más está hablando, así como la convivencia con otro en una relación horizontal, me llevan a una propuesta inquietante y tranquilizadora a la vez: la pareja en tanto lo que pretende, lo que elige y lo que insiste comporta imposibilidad. Ello no significa la fácil afirmación contemporánea de sabor postmoderno: la muerte de la pareja; por el contrario, la vida en común sigue siendo una escogencia preponderante hoy por hoy, no sólo como algo mandatorio desde el discurso cultural, sino como opción que suscriben una inmensa mayoría de sujetos, eso sí, con variantes. No hay demasiado apuro para casarse, ni promesa de que será para toda la vida, se defienden planes personales específicos y clama la apuesta por una vida sexual placentera. En época de importantes transformaciones, ser padre o madre deja de ser una prioridad y las relaciones se plantean en términos de igualdad. El sujeto de hoy tiene un proyecto que no necesariamente se engarza en la vida en familia. Deseo y amor no siempre van juntos y la renovación del objeto sexual con frecuencia conmina a uno o a ambos miembros de la pareja a cuestionar la relación. Todo ello delinea una pareja con una presencia propia, particular de nuestros tiempos actuales.
El hecho indefectible de un mundo inconsciente, dispar de la expresión consciente, hace rato que ha puesto en claro que el sujeto humano es un ser de conflicto, no hay forma de sustraerse del mismo; es condición del vivir. La definición dual de una pareja supondrá, por tanto, el entretejido de complejas interacciones pobladas de desencuentro. El énfasis que traigo se refiere a que si eso imposible es esencia de la pareja, corresponde desandar el camino de eludirlo para más bien desmontarlo; quizá ello devele la odisea quijotesca de alcanzar un ideal de funcionamiento en la convivencia con otro, espejismo que nos alcanza hasta tal punto, que aún autores de la envergadura de un Freud o de prestigiosos psicoanalistas, insisten en una suerte de molino de viento de un amor completo, de una fantasía de perfección, de algo así como “ni un si ni un no” o escuchamos enunciados que sentencian una supuesta madurez genital y hasta un amor sexual maduro. En este mismo orden de ideas, caen una a una las certezas de combinatorias para que una pareja funcione, así como queda en tela de juicio que supuestas afinidades allanen el camino para que dos personas se complementen. Tratamos de nuevo con la ilusión de completud recogida en la tan mentada frase “mi otra mitad” que, sin desconocerla como algo que aparece, es más un decir que un real, permítaseme el término.
No es fácilmente explicable qué acerca a dos seres. Que sean parecidos o diferentes se alternan sin que uno u otro den argumento que tiente una fórmula para el anhelado bienestar. Así que invito a trasponer el umbral y avizorar algo más sobre la dinámica que habita la intimidad de una pareja. Desde esta perspectiva debo aclarar que me muevo en el enigmático mundo inconsciente donde la historia de cada quien es única y el sello de identidad irrepetible; donde si bien comandan modelos identificatorios que marcan nuestra condición de sujetos, distan mucho de devenir en moldes fijos y lo que pudo haber sido pregunta de porqué los mismos padres tienen hijos tan distintos, aclara que nunca un padre es el mismo, tampoco como será registrado. Ciertamente hay repetición pero, subrayo, no hay definiciones únicas de que mantiene unidas a dos personas o que acaba con la relación.
2. El discurso de la pareja
A veces ocurre que una simple frase toca nuestra escucha de manera particular y queda pulsando un pensar que ya no soltamos. Eso me ocurrió ya hace unos años en el contexto de los comentarios que un colega hacía acerca de la película: “Yo te amo” de Arnaldo Yabor, 1981. Decía que en los comienzos de una relación, la atracción en el campo del amor se daba ante el encuentro con lo diferente del otro, pero la continuidad de la misma advertía que los movimientos eran para hacer de ese otro un semejante. Esa curiosa manera de desplegar el juego del amor me ha acompañado todo este tiempo en una suerte de corroboración que propone una pregunta y un comentario. Insistiendo en lo particular de cada quien ¿podemos suscribirlo como algo regular, propio de la vida de a dos? El comentario recoge la paradoja de que ese afán de semejanza tiene un doble frente: se hará fuente de conflicto en tanto cada quien quiere preservar lo que es so pena de desaparecer como ser de pensamiento, al tiempo que soporta el constructo común de dos seres que fundan un nuevo y propio código, una historia compartida con matices donde caben las más diversas vivencias. Representa una suerte de cuerda floja que se desnivela con facilidad en tanto caldo de cultivo para el conflicto y explica porque la escucha psicoterapéutica se la topa una y otra vez.
Por un corto tiempo vi en pareja a la novia y al que hace un tiempo atendía como paciente, para trabajar el alejamiento defensivo de él, comprometido horas en su trabajo al lado del padre de quien no se podía separar a sus 40 años, a pesar de la urgencia de autonomía que mostraba su discurso. Comenzó a sacarle el cuerpo a las sesiones individuales y vi una puerta de entrada en las dificultades crecientes que también tenía con su novia, siempre con el problema del tiempo. Casi asombrada fui testigo del desmoronamiento de la relación en pocas sesiones. “Apretaste mucho la cuerda”, le dijo a ella. La otrora mujer fuerte, impositiva e intransigente cayó en una depresión importante mientras que Luis recuperó el color de algún ejercicio de escogencia y validación de su deseo. Ambos me dijeron por separado que lo entendían como el corolario del trabajo en terapia y Reyna entró a preguntarse de qué se trataba este tercer fracaso, había estado casada ya dos veces, y por qué su pretensión de hacer de Luis un igual. Al decir de Freud: “Si dos individuos están siempre de acuerdo en todo, puedo asegurar que uno de los dos piensa por ambos”.
Desde un discurso personal, la pareja inserta al yo y al otro en una narrativa biográfica mutua. Es la perspectiva que tomo del mencionado autor Giddens para ilustrar de qué trata la escucha analítica que si bien encara un tratamiento por demás diferente de la escucha individual, apunta a eso de más de lo que la pareja está hablando sin saberlo. Estamos en el terreno de que si el verbatum manifiesto da cuenta de un conflicto, el telón latente permitirá develar otras narrativas, las propias y las que tienen en común. La empresa terapéutica con dos supone una intensidad afectiva de alto volumen: cada quien suscribe un decir que defenderá como el verdadero. El otro es el equivocado, los reclamos se alternan con las inculpaciones y si se unen es para pedir un veredicto o para combatir eso enemigo, ahora ubicado en el terapeuta, desconociendo el espacio para encontrar un porqué. El trabajo de a tres descubre que en la relación de a dos se producen acuerdos y nudos inconscientes desconocidos que alimentan un sistema de repetición del que pueden no salir. La terapia de pareja implica una reconstrucción de la relación, una mirada sistemática al tránsito que efectúan. No se trata de mantenerse juntos a toda costa, la dinámica puede mostrar que continuar es seguir en lo mismo. En este punto, la pareja tiende a querer interrumpir la terapia aunque pueda ser beneficiosa para enfrentar las dificultades que trae la separación. He encontrado que una fantasía subyacente es que el terapeuta resolverá las diferencias y asegurará la continuidad; desde ese lugar, difícilmente quede a salvo de ser visto como un tercero salvador.
No se pueden establecer criterios a priori de cómo continua una pareja, son ellos los que seguirán escribiendo su narrativa. Veíamos como los cambios que emprendió Luis devinieron en choques irreversibles en la relación con Reyna, su posibilidad de ser él mismo acabó con el proyecto mutuo; ambos no cabían. Sostengo la idea de que el escenario terapéutico permite conocer bien quien es el otro. No es lo mismo la intimidad de a dos que frente a un tercero que muestra intercambios apuntalados en determinadas creencias o expectativas. La rigidización o cierta inercia llega a invadir lo cotidiano paralizando otros modos de aproximación. Luis ilustra esto cuando afirma frente a Reyna que ella miente, que a mi también me engaña, que las cosas no son como ella las dice. Es todo una tarea situar que cada uno tiene su versión porque la fantasía reiterada es que hay solo una y cada quien se pelea por esgrimir la propia como la que vale. Considerar si una relación ofrece los suficientes beneficios para continuarla podría ser un criterio que separe o no a una pareja; pero a menudo, aún cuando represente una carga, pesan otras variables que llevan a uno, al otro o al par a arrastrar la pesadez de un vínculo desgastante, sin hablar de las relaciones que se sostienen en la lógica de la locura o la dimensión de un goce que eterniza el desencuentro.
3. El inconsciente asoma en la pareja
La escucha analítica abre la pregunta ¿de qué trata el encuentro de dos personas que deciden emprender una vida en común? Ser pareja apunta a la diferencia, a la alteridad, comporta el encuentro de dos sujetos; se contrapone a uno fusional, intrapsíquico, semejante. Reconocer al otro supone trasponer las fronteras del si mismo y tropieza con lo que es para cada quien la perdida narcisística: no se es todo, no se es el centro ni el único. La periodista Consuelo Lago 2000, afirma que “de todos los amores el más duradero es el amor propio”. El terreno del amor está indefectiblemente marcado por el ropaje narcisisístico en tanto porta la esperanza de encontrar por fin algo que falta y suplir la imposible completud, léase, imposible. Es así, como el otro arrastra la tarea de reparar esa fisura que forma parte de cada ser. No pocas veces la elaboración terapéutica se topa con el escenario que da cuenta que no se puede todo, que se pierde, que no es el escogido, que se está solo. La pareja tienta la fantasía de que ese otro será quien cumpla todos los pedidos. Es una fantasía apuntalada en eso vivido en un tiempo mítico que deja un saldo pendiente y se entromete en el presente hasta tanto se cumpla.
La dinámica que sostiene a la pareja advierte la presencia del ideal: el otro es sobreinvestido, término que da cuenta de que a partir de rasgos o actitudes, es visto, no como es; sino como se lo quiere ver: sobrevalorado, adornado de virtudes que responden a la imagen anhelada que quisiera para sí. Se presta para representar con ese otro un guión fantasmático y lo inmoviliza en un recuadro que explica una suerte de juego complementario en el que más allá de reproches proyectivos, que reclama el supuesto incumplimiento de ese otro, las jugadas se suceden en una suerte de secuencia fija que no permite otra opción.
La frase popular: “Ya no sé que más hacer para complacerla” delata que al responder al pedido concreto no advierte la otra cara de la demanda, ¿por qué Luis tiene que actuar en los términos que Reyna pretende? ¿Por qué no puede tener un espacio para sus amigos o emprender sus negocios como él considere?, ¿Por qué tiene que tener ciertos hábitos y no los suyos? Más allá de la lectura usual que ella puede ser una mujer dominante y él un seguidor pasivo, nos encontramos con la espera de algo particular inconsciente y velado en determinados pedidos que una vez cumplidos darán paso a otros. Lo que allí está ocurriendo es parte de lo que será desmontado en el quehacer terapéutico. La propia paciente se cuestiona el estar con alguien tan distinto a todo lo que a ella le gusta, hasta que damos con el texto faltante. Luis está llamado a suplir una presencia masculina complaciente y afectuosa que nunca antes tuvo, sostener los propios anhelos asoma de nuevo la vivencia en ella de quedar a un lado. Que el “otro” va a satisfacer todos los pedidos es otra vertiente de lo imposible, el saber racional no basta y vemos reincidir los reclamos en una escalada sin fin. La pérdida narcisista y el despliegue de la idealización serán dos pilares en toda pareja.
El ideal se sostiene en otra figura a la que me he referido: dejar de ser dos invita a volverse uno. En los comienzos de la vida se es uno con “el otro madre” al que no se diferencia todavía, y esa ruptura, desgarradora de una continuidad de garantía y de suministros incondicionales, hace posible la vida del sujeto como propietario de sí mismo y dueño progresivo de su vida psíquica. Es el correlato del alivio que produce ser quien se es a diferencia de la enajenación en pretender vivir a través de otro. El reconocimiento de la alteridad y de lo semejante, la libidinización del cuerpo propio y del cuerpo del otro, la búsqueda urgente de un alguien, o la dificultad para la intimidad abren la vertiente de escenarios que no solo fueron historia. No hay tal cosa como una historia ya escrita, ella continúa. Pues bien, la relación con el otro, cuna del amor y del deseo, es terreno fértil para escenificar está dramática; claro está, representada con variantes en pedidos y variantes en el discurso. Luis reclama con tono lastimero la caricia que recibe su hijo de Reyna, preguntando porqué con él es diferente. El estilo seco de su mujer lo toca de manera particular en tanto seca ha sido una infancia signada por la pérdida de su madre y por un padre bastante alejado. La sequedad física no toca a todos por igual, para él es indigerible.
4. Viva la diferencia
He afirmado que la pareja refiere a una identidad construida, que no se resume a la suma de la organización psíquica de cada uno de sus integrantes; diría más, tiene una estructura inconsciente propia y hace efecto de cambio en cada miembro. He ahí una de sus complejidades, es una red de acuerdos y pactos inconscientes, de códigos propios, de depositaciones mutuas que re escenifican acontecimientos infantiles en la pretensión de retomar conflictos que quedaron pendientes. La pérdida de lo que no se es o no se tiene es aliviada por el amor al otro, aunque lo que se actúe es la creencia de que lo diferente debe ser sometido a una suerte de conquista. Es así que la razón de ser de la pareja refiere también a la ruptura, a la discontinuidad, a la negociación y al conflicto y así la dificultad que comporta lo que no se es y lo que no se puede tener, se renueva en una suerte de duelo del que se sale pero que siempre es susceptible de regreso. El afán de poder se traduce en atentar contra el otro aunque ello redunde en el vacío. Silenciar el enigma de ese otro, lo que tiene de indecible, la frescura de su gesto espontáneo acarrea la supuesta seguridad de lo conocido, pero adosada a la aridez de lo siempre igual. Este panorama muestra el fracaso en medida variable de una posición de lo hetero y así la alteridad o búsqueda del otro desde la diferencia suele estar en un atolladero. Sea quien sea el que ejerza este poder desde el terreno de su género y de su fantasma, marcará la dialéctica que sostiene a la pareja; conocerla echa por tierra construcciones imaginarias y no pocos malentendidos.
Desprats-Pequignot 1994 señala agudamente: “El ser humano pasa una gran parte de su tiempo si no la mayor parte de su existencia suspirando tras lo que finalmente podría satisfacerlo y cree hallarlo en un compañero al que trata muy a menudo no como a otro diferente sino como a otro él mismo; un semejante”. No deja de sorprender que el discurso cultural, en su enunciado religioso y aún legal, prescriba hacer uno de dos, sin saber que está convocando a una aproximación patológica. Mitos y creencias que sostienen la definición ideal de la relación en pareja han sido sancionados como los que valen: “La mujer seguirá al hombre donde quiera que vaya”; “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. La relación de pareja arranca con una suerte de handicap en tanto concepción ideal que va desde el colectivo social “por siempre juntos” hasta el imaginario individual “para siempre completos”. La estructura del sujeto humano se sostiene en la lógica de la castración desde la que asoma siempre la falta y ello va a teñir los pedidos que dirige a ese otro de la pareja. Tener en cuenta lo diferente no solo es fuente de novedad y de caminos creativos, también trae alivio. La experiencia terapéutica muestra en ello una importante vía de cambio.
Referencias:
Benjamín, J (1996). Los lazos de amor. Buenos Aires: Paidós.
Desprats-Péquignot, C. (1994). La psicopatología de la vida sexual. Buenos Aires: Amorrortu.
Giddens, A.(1995). La transformación de la intimidad. Madrid: Cátedra
Kernberg, O (1995) Relaciones amorosas. Buenos Aires, Paidós
Hablar de la pareja desde distintos enfoques teóricos o clínicos no puede sino enriquecer la escucha de un abordaje que cada vez tiene mayor demanda y que se conforma en un encuentro particular que atañe a tres personas. Las ideas que traigo recogen la propuesta de enfocar la pareja desde nuestro vivir, en la aproximación casi obligante de dar cuenta de que hablamos hoy al considerar los cambios que comporta la vida en común, al tiempo que suscribo la afirmación de Giddens 1995, que la modernidad es inseparable de la intervención de la razón, en la que caben la pregunta y el pensar. Habitamos tiempos de menor preocupación porque los hechos cuadren, en los que la explicación causal no alcanza y la diversidad o la asincronía prometen nuevas aperturas. Ello supone un saber por demás dinámico, derogador de explicaciones dogmáticas que no queda en el campo de la exploración teórica; la propia pareja lo trae a la consulta. La problemática que supone convivir en una relación de a dos no es nueva, siempre ha estado; sí lo es el pedido de ayuda que suele producirse a raíz de una crisis aguda, cuando asoma una separación inminente o ya está en proceso. La pregunta sobre que suscita conflictos que acaban con la relación o devienen en un equilibrio insatisfactorio, formará parte del acuerdo de trabajo que reúne a los tres actores del escenario terapéutico en una tarea conjunta que apunta a la relación y a la historia construida más que lo que acontece en un miembro particular.
En qué entorno vive la pareja nos lleva a subrayar la intensa movilización a la que está sometida en una realidad que la sobrepasa. La inestabilidad preside una vida de creciente dificultad: el par conyugal invierte su tiempo en la actividad laboral o en la atención de los hijos de manera tal, que la presencia de a dos, o lo que es lo mismo el espacio que reclama la intimidad, queda ignorado afectando la vida sexual hasta un punto que termina por desconocerse porqué podría ser importante, y cuando por fin la quieren recuperar parece demasiado tarde: cada quién ha tomado caminos tan divergentes que ya no quedan proyectos en común ni ganas para construirlos. Siendo psicoanalista que dedica su práctica a la atención prevalentemente individual, no deja de sorprenderme que en el último año acuden más de siete parejas a tratamiento en forma regular, de las que todavía atiendo a cuatro, asomando un planteamiento que no se reduce a evitar una separación o a modificar un clima perturbador; quieren entender qué les pasa para procurarse nuevas opciones.
El título que encabeza estas líneas, tiene su razón de ser; no se trata de un juego de palabras. El estudio sistemático del discurso del sujeto que da cuenta de qué más está hablando, así como la convivencia con otro en una relación horizontal, me llevan a una propuesta inquietante y tranquilizadora a la vez: la pareja en tanto lo que pretende, lo que elige y lo que insiste comporta imposibilidad. Ello no significa la fácil afirmación contemporánea de sabor postmoderno: la muerte de la pareja; por el contrario, la vida en común sigue siendo una escogencia preponderante hoy por hoy, no sólo como algo mandatorio desde el discurso cultural, sino como opción que suscriben una inmensa mayoría de sujetos, eso sí, con variantes. No hay demasiado apuro para casarse, ni promesa de que será para toda la vida, se defienden planes personales específicos y clama la apuesta por una vida sexual placentera. En época de importantes transformaciones, ser padre o madre deja de ser una prioridad y las relaciones se plantean en términos de igualdad. El sujeto de hoy tiene un proyecto que no necesariamente se engarza en la vida en familia. Deseo y amor no siempre van juntos y la renovación del objeto sexual con frecuencia conmina a uno o a ambos miembros de la pareja a cuestionar la relación. Todo ello delinea una pareja con una presencia propia, particular de nuestros tiempos actuales.
El hecho indefectible de un mundo inconsciente, dispar de la expresión consciente, hace rato que ha puesto en claro que el sujeto humano es un ser de conflicto, no hay forma de sustraerse del mismo; es condición del vivir. La definición dual de una pareja supondrá, por tanto, el entretejido de complejas interacciones pobladas de desencuentro. El énfasis que traigo se refiere a que si eso imposible es esencia de la pareja, corresponde desandar el camino de eludirlo para más bien desmontarlo; quizá ello devele la odisea quijotesca de alcanzar un ideal de funcionamiento en la convivencia con otro, espejismo que nos alcanza hasta tal punto, que aún autores de la envergadura de un Freud o de prestigiosos psicoanalistas, insisten en una suerte de molino de viento de un amor completo, de una fantasía de perfección, de algo así como “ni un si ni un no” o escuchamos enunciados que sentencian una supuesta madurez genital y hasta un amor sexual maduro. En este mismo orden de ideas, caen una a una las certezas de combinatorias para que una pareja funcione, así como queda en tela de juicio que supuestas afinidades allanen el camino para que dos personas se complementen. Tratamos de nuevo con la ilusión de completud recogida en la tan mentada frase “mi otra mitad” que, sin desconocerla como algo que aparece, es más un decir que un real, permítaseme el término.
No es fácilmente explicable qué acerca a dos seres. Que sean parecidos o diferentes se alternan sin que uno u otro den argumento que tiente una fórmula para el anhelado bienestar. Así que invito a trasponer el umbral y avizorar algo más sobre la dinámica que habita la intimidad de una pareja. Desde esta perspectiva debo aclarar que me muevo en el enigmático mundo inconsciente donde la historia de cada quien es única y el sello de identidad irrepetible; donde si bien comandan modelos identificatorios que marcan nuestra condición de sujetos, distan mucho de devenir en moldes fijos y lo que pudo haber sido pregunta de porqué los mismos padres tienen hijos tan distintos, aclara que nunca un padre es el mismo, tampoco como será registrado. Ciertamente hay repetición pero, subrayo, no hay definiciones únicas de que mantiene unidas a dos personas o que acaba con la relación.
2. El discurso de la pareja
A veces ocurre que una simple frase toca nuestra escucha de manera particular y queda pulsando un pensar que ya no soltamos. Eso me ocurrió ya hace unos años en el contexto de los comentarios que un colega hacía acerca de la película: “Yo te amo” de Arnaldo Yabor, 1981. Decía que en los comienzos de una relación, la atracción en el campo del amor se daba ante el encuentro con lo diferente del otro, pero la continuidad de la misma advertía que los movimientos eran para hacer de ese otro un semejante. Esa curiosa manera de desplegar el juego del amor me ha acompañado todo este tiempo en una suerte de corroboración que propone una pregunta y un comentario. Insistiendo en lo particular de cada quien ¿podemos suscribirlo como algo regular, propio de la vida de a dos? El comentario recoge la paradoja de que ese afán de semejanza tiene un doble frente: se hará fuente de conflicto en tanto cada quien quiere preservar lo que es so pena de desaparecer como ser de pensamiento, al tiempo que soporta el constructo común de dos seres que fundan un nuevo y propio código, una historia compartida con matices donde caben las más diversas vivencias. Representa una suerte de cuerda floja que se desnivela con facilidad en tanto caldo de cultivo para el conflicto y explica porque la escucha psicoterapéutica se la topa una y otra vez.
Por un corto tiempo vi en pareja a la novia y al que hace un tiempo atendía como paciente, para trabajar el alejamiento defensivo de él, comprometido horas en su trabajo al lado del padre de quien no se podía separar a sus 40 años, a pesar de la urgencia de autonomía que mostraba su discurso. Comenzó a sacarle el cuerpo a las sesiones individuales y vi una puerta de entrada en las dificultades crecientes que también tenía con su novia, siempre con el problema del tiempo. Casi asombrada fui testigo del desmoronamiento de la relación en pocas sesiones. “Apretaste mucho la cuerda”, le dijo a ella. La otrora mujer fuerte, impositiva e intransigente cayó en una depresión importante mientras que Luis recuperó el color de algún ejercicio de escogencia y validación de su deseo. Ambos me dijeron por separado que lo entendían como el corolario del trabajo en terapia y Reyna entró a preguntarse de qué se trataba este tercer fracaso, había estado casada ya dos veces, y por qué su pretensión de hacer de Luis un igual. Al decir de Freud: “Si dos individuos están siempre de acuerdo en todo, puedo asegurar que uno de los dos piensa por ambos”.
Desde un discurso personal, la pareja inserta al yo y al otro en una narrativa biográfica mutua. Es la perspectiva que tomo del mencionado autor Giddens para ilustrar de qué trata la escucha analítica que si bien encara un tratamiento por demás diferente de la escucha individual, apunta a eso de más de lo que la pareja está hablando sin saberlo. Estamos en el terreno de que si el verbatum manifiesto da cuenta de un conflicto, el telón latente permitirá develar otras narrativas, las propias y las que tienen en común. La empresa terapéutica con dos supone una intensidad afectiva de alto volumen: cada quien suscribe un decir que defenderá como el verdadero. El otro es el equivocado, los reclamos se alternan con las inculpaciones y si se unen es para pedir un veredicto o para combatir eso enemigo, ahora ubicado en el terapeuta, desconociendo el espacio para encontrar un porqué. El trabajo de a tres descubre que en la relación de a dos se producen acuerdos y nudos inconscientes desconocidos que alimentan un sistema de repetición del que pueden no salir. La terapia de pareja implica una reconstrucción de la relación, una mirada sistemática al tránsito que efectúan. No se trata de mantenerse juntos a toda costa, la dinámica puede mostrar que continuar es seguir en lo mismo. En este punto, la pareja tiende a querer interrumpir la terapia aunque pueda ser beneficiosa para enfrentar las dificultades que trae la separación. He encontrado que una fantasía subyacente es que el terapeuta resolverá las diferencias y asegurará la continuidad; desde ese lugar, difícilmente quede a salvo de ser visto como un tercero salvador.
No se pueden establecer criterios a priori de cómo continua una pareja, son ellos los que seguirán escribiendo su narrativa. Veíamos como los cambios que emprendió Luis devinieron en choques irreversibles en la relación con Reyna, su posibilidad de ser él mismo acabó con el proyecto mutuo; ambos no cabían. Sostengo la idea de que el escenario terapéutico permite conocer bien quien es el otro. No es lo mismo la intimidad de a dos que frente a un tercero que muestra intercambios apuntalados en determinadas creencias o expectativas. La rigidización o cierta inercia llega a invadir lo cotidiano paralizando otros modos de aproximación. Luis ilustra esto cuando afirma frente a Reyna que ella miente, que a mi también me engaña, que las cosas no son como ella las dice. Es todo una tarea situar que cada uno tiene su versión porque la fantasía reiterada es que hay solo una y cada quien se pelea por esgrimir la propia como la que vale. Considerar si una relación ofrece los suficientes beneficios para continuarla podría ser un criterio que separe o no a una pareja; pero a menudo, aún cuando represente una carga, pesan otras variables que llevan a uno, al otro o al par a arrastrar la pesadez de un vínculo desgastante, sin hablar de las relaciones que se sostienen en la lógica de la locura o la dimensión de un goce que eterniza el desencuentro.
3. El inconsciente asoma en la pareja
La escucha analítica abre la pregunta ¿de qué trata el encuentro de dos personas que deciden emprender una vida en común? Ser pareja apunta a la diferencia, a la alteridad, comporta el encuentro de dos sujetos; se contrapone a uno fusional, intrapsíquico, semejante. Reconocer al otro supone trasponer las fronteras del si mismo y tropieza con lo que es para cada quien la perdida narcisística: no se es todo, no se es el centro ni el único. La periodista Consuelo Lago 2000, afirma que “de todos los amores el más duradero es el amor propio”. El terreno del amor está indefectiblemente marcado por el ropaje narcisisístico en tanto porta la esperanza de encontrar por fin algo que falta y suplir la imposible completud, léase, imposible. Es así, como el otro arrastra la tarea de reparar esa fisura que forma parte de cada ser. No pocas veces la elaboración terapéutica se topa con el escenario que da cuenta que no se puede todo, que se pierde, que no es el escogido, que se está solo. La pareja tienta la fantasía de que ese otro será quien cumpla todos los pedidos. Es una fantasía apuntalada en eso vivido en un tiempo mítico que deja un saldo pendiente y se entromete en el presente hasta tanto se cumpla.
La dinámica que sostiene a la pareja advierte la presencia del ideal: el otro es sobreinvestido, término que da cuenta de que a partir de rasgos o actitudes, es visto, no como es; sino como se lo quiere ver: sobrevalorado, adornado de virtudes que responden a la imagen anhelada que quisiera para sí. Se presta para representar con ese otro un guión fantasmático y lo inmoviliza en un recuadro que explica una suerte de juego complementario en el que más allá de reproches proyectivos, que reclama el supuesto incumplimiento de ese otro, las jugadas se suceden en una suerte de secuencia fija que no permite otra opción.
La frase popular: “Ya no sé que más hacer para complacerla” delata que al responder al pedido concreto no advierte la otra cara de la demanda, ¿por qué Luis tiene que actuar en los términos que Reyna pretende? ¿Por qué no puede tener un espacio para sus amigos o emprender sus negocios como él considere?, ¿Por qué tiene que tener ciertos hábitos y no los suyos? Más allá de la lectura usual que ella puede ser una mujer dominante y él un seguidor pasivo, nos encontramos con la espera de algo particular inconsciente y velado en determinados pedidos que una vez cumplidos darán paso a otros. Lo que allí está ocurriendo es parte de lo que será desmontado en el quehacer terapéutico. La propia paciente se cuestiona el estar con alguien tan distinto a todo lo que a ella le gusta, hasta que damos con el texto faltante. Luis está llamado a suplir una presencia masculina complaciente y afectuosa que nunca antes tuvo, sostener los propios anhelos asoma de nuevo la vivencia en ella de quedar a un lado. Que el “otro” va a satisfacer todos los pedidos es otra vertiente de lo imposible, el saber racional no basta y vemos reincidir los reclamos en una escalada sin fin. La pérdida narcisista y el despliegue de la idealización serán dos pilares en toda pareja.
El ideal se sostiene en otra figura a la que me he referido: dejar de ser dos invita a volverse uno. En los comienzos de la vida se es uno con “el otro madre” al que no se diferencia todavía, y esa ruptura, desgarradora de una continuidad de garantía y de suministros incondicionales, hace posible la vida del sujeto como propietario de sí mismo y dueño progresivo de su vida psíquica. Es el correlato del alivio que produce ser quien se es a diferencia de la enajenación en pretender vivir a través de otro. El reconocimiento de la alteridad y de lo semejante, la libidinización del cuerpo propio y del cuerpo del otro, la búsqueda urgente de un alguien, o la dificultad para la intimidad abren la vertiente de escenarios que no solo fueron historia. No hay tal cosa como una historia ya escrita, ella continúa. Pues bien, la relación con el otro, cuna del amor y del deseo, es terreno fértil para escenificar está dramática; claro está, representada con variantes en pedidos y variantes en el discurso. Luis reclama con tono lastimero la caricia que recibe su hijo de Reyna, preguntando porqué con él es diferente. El estilo seco de su mujer lo toca de manera particular en tanto seca ha sido una infancia signada por la pérdida de su madre y por un padre bastante alejado. La sequedad física no toca a todos por igual, para él es indigerible.
4. Viva la diferencia
He afirmado que la pareja refiere a una identidad construida, que no se resume a la suma de la organización psíquica de cada uno de sus integrantes; diría más, tiene una estructura inconsciente propia y hace efecto de cambio en cada miembro. He ahí una de sus complejidades, es una red de acuerdos y pactos inconscientes, de códigos propios, de depositaciones mutuas que re escenifican acontecimientos infantiles en la pretensión de retomar conflictos que quedaron pendientes. La pérdida de lo que no se es o no se tiene es aliviada por el amor al otro, aunque lo que se actúe es la creencia de que lo diferente debe ser sometido a una suerte de conquista. Es así que la razón de ser de la pareja refiere también a la ruptura, a la discontinuidad, a la negociación y al conflicto y así la dificultad que comporta lo que no se es y lo que no se puede tener, se renueva en una suerte de duelo del que se sale pero que siempre es susceptible de regreso. El afán de poder se traduce en atentar contra el otro aunque ello redunde en el vacío. Silenciar el enigma de ese otro, lo que tiene de indecible, la frescura de su gesto espontáneo acarrea la supuesta seguridad de lo conocido, pero adosada a la aridez de lo siempre igual. Este panorama muestra el fracaso en medida variable de una posición de lo hetero y así la alteridad o búsqueda del otro desde la diferencia suele estar en un atolladero. Sea quien sea el que ejerza este poder desde el terreno de su género y de su fantasma, marcará la dialéctica que sostiene a la pareja; conocerla echa por tierra construcciones imaginarias y no pocos malentendidos.
Desprats-Pequignot 1994 señala agudamente: “El ser humano pasa una gran parte de su tiempo si no la mayor parte de su existencia suspirando tras lo que finalmente podría satisfacerlo y cree hallarlo en un compañero al que trata muy a menudo no como a otro diferente sino como a otro él mismo; un semejante”. No deja de sorprender que el discurso cultural, en su enunciado religioso y aún legal, prescriba hacer uno de dos, sin saber que está convocando a una aproximación patológica. Mitos y creencias que sostienen la definición ideal de la relación en pareja han sido sancionados como los que valen: “La mujer seguirá al hombre donde quiera que vaya”; “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. La relación de pareja arranca con una suerte de handicap en tanto concepción ideal que va desde el colectivo social “por siempre juntos” hasta el imaginario individual “para siempre completos”. La estructura del sujeto humano se sostiene en la lógica de la castración desde la que asoma siempre la falta y ello va a teñir los pedidos que dirige a ese otro de la pareja. Tener en cuenta lo diferente no solo es fuente de novedad y de caminos creativos, también trae alivio. La experiencia terapéutica muestra en ello una importante vía de cambio.
Referencias:
Benjamín, J (1996). Los lazos de amor. Buenos Aires: Paidós.
Desprats-Péquignot, C. (1994). La psicopatología de la vida sexual. Buenos Aires: Amorrortu.
Giddens, A.(1995). La transformación de la intimidad. Madrid: Cátedra
Kernberg, O (1995) Relaciones amorosas. Buenos Aires, Paidós