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Alicia Leisse
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Marcas psíquicas, transitando los comienzos


Trabajo presentado en el XXIX Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis. Sao Paulo, Brasil, Octubre 2012
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Soy una interesada en lo temprano, ya hace rato. Lo he abordado por los derroteros del narcisismo, entendiéndolo desde su perspectiva estructural, como uno de los ejes en los que se constituye la organización psíquica. Ciertamente, no tenemos modo de dar cuenta de un registro fidedigno ni aun desdibujado de lo que sucede en las primeras épocas de la vida. Los recuerdos se trastocan, la represión interviene o la disociación campea; pero además cada sujeto en su condición inédita, hilvana su propia narrativa, entreteje lo que construye como su verdad, combinando las vivencias de tal manera que el determinismo no aplica y la causa y los efectos que intervienen se complejizan en un laberinto enigmático y de difícil cifrado.

Freud, desde la perspectiva clínica, se adentró fundamentalmente por los caminos de la neurosis, lo que no  le impidió alcanzar otras direcciones teóricas como  la psicosis, el narcisismo y  todas esas contribuciones que  portaban el  apellido  “primario” para dar cuenta de eso primero. Hoy por hoy miramos a sus pacientes, esos pocos que conocemos de sus escritos, con cierta descreencia de que  refieran solamente a  ensamblajes  neuróticos. En nuestros encuentros clínicos, hace ya muchos años que  son protagónicas las variantes de sujetos que tienen en común déficit o fallas  en su estructuración, engrosando las filas que invitan a revisitar aquellas gestas de los comienzos con  la pretensión  de ensanchar la propuesta terapéutica de un sí mismo más integrado  y por ende un sostén psíquico suficiente para encarar el transito que cada quien recorre.  

Quiero detenerme en la vertiente de las  marcas psíquicas estructurales que  nos conduce  por los diversos caminos de la patología y el sufrimiento. Me refiero  a cómo se constituye el sujeto en  la variante particular desde la que se va a organizar. Ello comporta que no estamos hablando solamente del conflicto como padecimiento, terreno que hace a la especificidad del psicoanálisis, iluminador de la neurosis. Me refiero al sujeto que en tanto dividido es  un ser de conflicto. No es infrecuente oír decir a un paciente que su condición de ansiedad sostenida le hace sentir vivo o que la agresión desbocada de sus vinculaciones es el idioma fundamental que conoce para aproximarse al otro.  En ese lugar desde el que se armó, no apunta tanto a una línea de defensa como un eje constituyente. Por ello, no es tarea sencilla el viraje, y aún en el caso supuesto quederribáramos esa estructura, el sujeto en cuestión queda inerme, desarticulado de la referencia que no por problemática deja de funcionarle. Viene al caso  la polémica que levanta la cuestión sobre la factibilidad de los cambios estructurales o si refiere más bien a un  reordenamiento de la estructura en virtud de que el trabajo psicoanalítico actúa sobre ella.

¿Qué hacemos frente a un sujeto que viene  adherido a repeticiones como la piel que lo envuelve? La vertiente lacaniana nos advierte que la conducción de  la cura supone ayudar al paciente a descubrir cuál es su deseo y a asumir lo que  es. No se trata de una revelación o  de algo a recuperar. Sí encaramos un engranaje psíquico de difícil movilidad. Y esto es un hecho universal; claro está con las variantes que atañen a cada quien.  Recuerdo el trabajo con una mujer adulta, que desmontando la conflictiva que suponía para ella el escenario dicotómico entre el hombre al que quería y aquel otro al que deseaba,  decidió interrumpir el análisis ante el horror que supuso saber que no era feliz, pero si acomodada. La represión no alcanzaba. Descubrió que evitaba toparse con una polaridad inasumible. La emergencia del deseo sexual desordenó temporalmente aquel acomodo. Años después me la encontré llevando una vida  tranquila  al transar por  la opción menos disturbadora. Trae a colación el asunto ya no solo del timing, sino del alcance del  trabajo analítico frente a la disposición del paciente a  interrogar su recorrido defensivo. 

En la terapéutica que emprendemos con problemáticas tempranas, no alcanza la interpretación para rescatar significaciones perdidas o desconectadas. El marco analítico ha procurado otros recursos para transitar por  sucesos  traumáticos   grabados a fuego. Atendemos escenarios yoícos fracturados, identificaciones mutiladas, espacios de representaciones faltantes o empobrecidas. Frente a ellos, procuramos nuevas construcciones, no en el sentido clásico de re-ediciones históricas que ciertamente  aportan historizaciones pendientes. Se trata de   nuevas referencias; la escritura de una narrativa que rectifique la que trae.  Korman (1990) plantea  que al analizar no tiene por meta reconstruir un pasado olvidado sino “la creación de lo nuevo, elaborando una  historia a partir de elementos no conocidos hasta entonces que van apareciendo en las sesiones. Refiere a la introducción de una nueva causa psíquica, que fuera capaz de transformar de manera estable la dinámica mental existente en el sujeto…”vislumbrando posibilidades allí donde aparentemente no las hay…para que se puedan desplegar los posibles posibles de cada analizando”. 

Es desde la indagación de aquellas líneas referenciales de los comienzos que  procuramos nuevos caminos. Son muchos los pensadores teóricos  que en su trabajo clínico  han dado cuenta de ello. Recordemos a Winnicott, cuando señala que en problemáticas de carencias tempranas, corresponde atender las necesidades de dependencia del paciente. (1954) mientras que H, Rosenfeld, (1987) advierte sobre como  el  manejo  cuidadoso y sensible que el analista da a pacientes que tuvieron una experiencia traumática en la relación madre-hijo, redunda en un buen pronóstico aun a pesar de que estén severamente perturbados. 

Quiero detenerme en las ideas de Piera Aulagnier, (1923-1990) autora dedicada a cuestiones fundamentales de la organización  psíquica. De manera rigurosa, se adentra en ese difícil terreno que supone diseñar un panorama del funcionamiento mental de los orígenes, validándolo desde el escenario de la clínica. Lo originario, el pictograma, el objeto-zona complementario, el placer necesario y el placer suficiente, el portavoz, el proyecto identificatorio, la violencia del sujeto, se acompañan en la  difícil conjunción de  hilvanar con  una prosa casi poética la austeridad del pensar metapsicológico. Considerar  estos referentes teóricos advierte un modo posible de abordar estructuras  comprometidas y acortar la zanja que separa la observación clínica de la indagación teórica.

Subrayemos algunos:

 1. La más importante fuente de violencia temprana tiene que ver con la experiencia de la vida misma. Ese encuentro que irrumpe, impele a buscar un estado de no necesidad,  de no deseo. Piera Aulagnier lo llamara el deseo de no deseo. Devela el  dolor de la existencia,  ese otro escenario en el que el sujeto se moverá mientras dure su vida y apunta al comienzo de la constitución del aparato psíquico. 

2. Los procesos involucrados en la gesta de cada quien suponen fisuras inevitables que  apuntan a lo que entendemos como falla estructural.  La identificación se articula en un  otro que se pierde para poder hacerse un sujeto de pleno derecho. Allí hay una perdida irreparable, pero es la condición para ser quien se es.  Encara así una fractura al no ser más parte de ese otro en el que se constituye, pero desde el que se diferencia. Sigue la abrupta realidad, sendero ineludible para procurar la satisfacción perdida por un camino más largo pero más seguro. 

3. Hacerse sujeto  comporta quedar separado para siempre de ese otro uno en el cual la falta no se advierte.  Es el lugar para la construcción narcisista que será sincrónica con la construcción de un sujeto diferenciado y diferente. 

Las ideas de Piera Aulagnier representan un aporte importante para comprender como se conforma la psique, destacando en sus aportes que la condición del sujeto es conflictiva por definición y para siempre. Que la psique se articula desde un hecho de violencia, que el mismo deseo de una madre que lo anticipa corre riesgo de ser intrusivo y alienante, encubriendo la cara del sujeto que ese mismo otro debe procurar. Que estar vivo, acceder al pensamiento, asumirse sujeto convoca a investir un exterior fuente de irrupción e interrupción de un estado mítico. Que para ser tiene que representar.  Celebramos sus palabras imbuidas de  paradoja: “Condenado a investir” Supone una violencia desde la que se hace cada sujeto. El encuentro con la realidad lo disturba. Ese a quien se dirige como su portavoz, es uno mismo que lo gratifica y lo frustra. El lenguaje referencial que le otorga un sentido se continuara en  tramos que develaran la cualidad de exceso, puesto que son referencias impuestas y él tendrá que procurarse las suyas propias. Se trata de deslastrarse del deseo alienador y descubrir el propio. 

La autora toma partido por la presencia central que tiene el Otro-madre en la constitución del sujeto: “La actividad del proceso originario es co-extensa con una experiencia responsable del desencadenamiento de la actividad de una o varias funciones del cuerpo  por la excitación de las superficies sensoriales correspondientes”.  Y continúa: “Esta actividad y esta excitación exigen el encuentro entre un órgano sensorial y un objeto exterior que posea un poder de estimulación frente a él”. Dos figuras son centrales en esta conceptualización: lo originario,  metabolizador de todas las experiencias y el pictograma, primera representación que se da acerca de sí misma la actividad psíquica desde los comienzos. Sus ideas apuestan por la  relevancia de  ese mundo temprano en tanto redunda en improntas definidas que  si bien se resignificaran en  el lenguaje, la diferenciación del otro,  la asunción de la castración o  el lugar generacional,  serán en sí mismas marcas estructurales que hacen de un sujeto eso que es. Así que la pretensión de cambio que ofrecemos y que nos requieren se compone de una dialéctica que entreteje  un hilván yoíco de lenguaje y de deseo en  permanente dinamismo, puerta abierta a una elaboración que comporta la posibilidad de escribir nuevas narrativas. 

La demanda de un número creciente de pacientes con compromisos psíquicos que redundan en disociaciones severas, dificultades en la relación con la realidad, inhabilidades relevantes para los vínculos o prevalencias narcisistas, lleva  la escucha analítica por  complejos derroteros.   Una candidata conduce conmigo una supervisión oficial en la que arriesgamos la continuidad de las horas que debe rendir, al tratar a un paciente confuso, paralizado y fallido en casi todo lo que emprende. Pero él quiere analizarse a pesar de los vientos propios que soplan en contra. Una neurosis bien vestida como para parecerlo, encubre un compromiso narcisista que será el telón de fondo de un trabajo analítico arduo y espinoso. Muchos pacientes no parecen dispuestos a proseguir el tránsito de indagación que supone un análisis, pretendiendo escuchas más rápidas y caminos más cortos. Discurrir en torno al sujeto que nos  requiere abre nuevos caminos; en estas líneas por aquello que atañe a su conformación estructural. El modo de aproximación dentro del quehacer analítico se ensancha.

Referencias Bibliográficas:

Korman, V.: (1990). El oficio del analista. Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. W.: (1954). Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona: Laia.

Rosenfeld, H.: (1987). Impasse and Interpretation. London &New York: Tavistok Publications.

Aulagnier, P (1988). La violencia de la interpretación. Buenos Aires: Amorrortu.Soy una interesada en lo temprano, ya hace rato. Lo he abordado por los derroteros del narcisismo, entendiéndolo desde su perspectiva estructural, como uno de los ejes en los que se constituye la organización psíquica. Ciertamente, no tenemos modo de dar cuenta de un registro fidedigno ni aun desdibujado de lo que sucede en las primeras épocas de la vida. Los recuerdos se trastocan, la represión interviene o la disociación campea; pero además cada sujeto en su condición inédita, hilvana su propia narrativa, entreteje lo que construye como su verdad, combinando las vivencias de tal manera que el determinismo no aplica y la causa y los efectos que intervienen se complejizan en un laberinto enigmático y de difícil cifrado.

Freud, desde la perspectiva clínica, se adentró fundamentalmente por los caminos de la neurosis, lo que no  le impidió alcanzar otras direcciones teóricas como  la psicosis, el narcisismo y  todas esas contribuciones que  portaban el  apellido  “primario” para dar cuenta de eso primero. Hoy por hoy miramos a sus pacientes, esos pocos que conocemos de sus escritos, con cierta descreencia de que  refieran solamente a  ensamblajes  neuróticos. En nuestros encuentros clínicos, hace ya muchos años que  son protagónicas las variantes de sujetos que tienen en común déficit o fallas  en su estructuración, engrosando las filas que invitan a revisitar aquellas gestas de los comienzos con  la pretensión  de ensanchar la propuesta terapéutica de un sí mismo más integrado  y por ende un sostén psíquico suficiente para encarar el transito que cada quien recorre.  

Quiero detenerme en la vertiente de las  marcas psíquicas estructurales que  nos conduce  por los diversos caminos de la patología y el sufrimiento. Me refiero  a cómo se constituye el sujeto en  la variante particular desde la que se va a organizar. Ello comporta que no estamos hablando solamente del conflicto como padecimiento, terreno que hace a la especificidad del psicoanálisis, iluminador de la neurosis. Me refiero al sujeto que en tanto dividido es  un ser de conflicto. No es infrecuente oír decir a un paciente que su condición de ansiedad sostenida le hace sentir vivo o que la agresión desbocada de sus vinculaciones es el idioma fundamental que conoce para aproximarse al otro.  En ese lugar desde el que se armó, no apunta tanto a una línea de defensa como un eje constituyente. Por ello, no es tarea sencilla el viraje, y aún en el caso supuesto quederribáramos esa estructura, el sujeto en cuestión queda inerme, desarticulado de la referencia que no por problemática deja de funcionarle. Viene al caso  la polémica que levanta la cuestión sobre la factibilidad de los cambios estructurales o si refiere más bien a un  reordenamiento de la estructura en virtud de que el trabajo psicoanalítico actúa sobre ella.

¿Qué hacemos frente a un sujeto que viene  adherido a repeticiones como la piel que lo envuelve? La vertiente lacaniana nos advierte que la conducción de  la cura supone ayudar al paciente a descubrir cuál es su deseo y a asumir lo que  es. No se trata de una revelación o  de algo a recuperar. Sí encaramos un engranaje psíquico de difícil movilidad. Y esto es un hecho universal; claro está con las variantes que atañen a cada quien.  Recuerdo el trabajo con una mujer adulta, que desmontando la conflictiva que suponía para ella el escenario dicotómico entre el hombre al que quería y aquel otro al que deseaba,  decidió interrumpir el análisis ante el horror que supuso saber que no era feliz, pero si acomodada. La represión no alcanzaba. Descubrió que evitaba toparse con una polaridad inasumible. La emergencia del deseo sexual desordenó temporalmente aquel acomodo. Años después me la encontré llevando una vida  tranquila  al transar por  la opción menos disturbadora. Trae a colación el asunto ya no solo del timing, sino del alcance del  trabajo analítico frente a la disposición del paciente a  interrogar su recorrido defensivo. 

En la terapéutica que emprendemos con problemáticas tempranas, no alcanza la interpretación para rescatar significaciones perdidas o desconectadas. El marco analítico ha procurado otros recursos para transitar por  sucesos  traumáticos   grabados a fuego. Atendemos escenarios yoícos fracturados, identificaciones mutiladas, espacios de representaciones faltantes o empobrecidas. Frente a ellos, procuramos nuevas construcciones, no en el sentido clásico de re-ediciones históricas que ciertamente  aportan historizaciones pendientes. Se trata de   nuevas referencias; la escritura de una narrativa que rectifique la que trae.  Korman (1990) plantea  que al analizar no tiene por meta reconstruir un pasado olvidado sino “la creación de lo nuevo, elaborando una  historia a partir de elementos no conocidos hasta entonces que van apareciendo en las sesiones. Refiere a la introducción de una nueva causa psíquica, que fuera capaz de transformar de manera estable la dinámica mental existente en el sujeto…”vislumbrando posibilidades allí donde aparentemente no las hay…para que se puedan desplegar los posibles posibles de cada analizando”. 

Es desde la indagación de aquellas líneas referenciales de los comienzos que  procuramos nuevos caminos. Son muchos los pensadores teóricos  que en su trabajo clínico  han dado cuenta de ello. Recordemos a Winnicott, cuando señala que en problemáticas de carencias tempranas, corresponde atender las necesidades de dependencia del paciente. (1954) mientras que H, Rosenfeld, (1987) advierte sobre como  el  manejo  cuidadoso y sensible que el analista da a pacientes que tuvieron una experiencia traumática en la relación madre-hijo, redunda en un buen pronóstico aun a pesar de que estén severamente perturbados. 

Quiero detenerme en las ideas de Piera Aulagnier, (1923-1990) autora dedicada a cuestiones fundamentales de la organización  psíquica. De manera rigurosa, se adentra en ese difícil terreno que supone diseñar un panorama del funcionamiento mental de los orígenes, validándolo desde el escenario de la clínica. Lo originario, el pictograma, el objeto-zona complementario, el placer necesario y el placer suficiente, el portavoz, el proyecto identificatorio, la violencia del sujeto, se acompañan en la  difícil conjunción de  hilvanar con  una prosa casi poética la austeridad del pensar metapsicológico. Considerar  estos referentes teóricos advierte un modo posible de abordar estructuras  comprometidas y acortar la zanja que separa la observación clínica de la indagación teórica.

Subrayemos algunos:

 1. La más importante fuente de violencia temprana tiene que ver con la experiencia de la vida misma. Ese encuentro que irrumpe, impele a buscar un estado de no necesidad,  de no deseo. Piera Aulagnier lo llamara el deseo de no deseo. Devela el  dolor de la existencia,  ese otro escenario en el que el sujeto se moverá mientras dure su vida y apunta al comienzo de la constitución del aparato psíquico. 

2. Los procesos involucrados en la gesta de cada quien suponen fisuras inevitables que  apuntan a lo que entendemos como falla estructural.  La identificación se articula en un  otro que se pierde para poder hacerse un sujeto de pleno derecho. Allí hay una perdida irreparable, pero es la condición para ser quien se es.  Encara así una fractura al no ser más parte de ese otro en el que se constituye, pero desde el que se diferencia. Sigue la abrupta realidad, sendero ineludible para procurar la satisfacción perdida por un camino más largo pero más seguro. 

3. Hacerse sujeto  comporta quedar separado para siempre de ese otro uno en el cual la falta no se advierte.  Es el lugar para la construcción narcisista que será sincrónica con la construcción de un sujeto diferenciado y diferente. 

Las ideas de Piera Aulagnier representan un aporte importante para comprender como se conforma la psique, destacando en sus aportes que la condición del sujeto es conflictiva por definición y para siempre. Que la psique se articula desde un hecho de violencia, que el mismo deseo de una madre que lo anticipa corre riesgo de ser intrusivo y alienante, encubriendo la cara del sujeto que ese mismo otro debe procurar. Que estar vivo, acceder al pensamiento, asumirse sujeto convoca a investir un exterior fuente de irrupción e interrupción de un estado mítico. Que para ser tiene que representar.  Celebramos sus palabras imbuidas de  paradoja: “Condenado a investir” Supone una violencia desde la que se hace cada sujeto. El encuentro con la realidad lo disturba. Ese a quien se dirige como su portavoz, es uno mismo que lo gratifica y lo frustra. El lenguaje referencial que le otorga un sentido se continuara en  tramos que develaran la cualidad de exceso, puesto que son referencias impuestas y él tendrá que procurarse las suyas propias. Se trata de deslastrarse del deseo alienador y descubrir el propio. 

La autora toma partido por la presencia central que tiene el Otro-madre en la constitución del sujeto: “La actividad del proceso originario es co-extensa con una experiencia responsable del desencadenamiento de la actividad de una o varias funciones del cuerpo  por la excitación de las superficies sensoriales correspondientes”.  Y continúa: “Esta actividad y esta excitación exigen el encuentro entre un órgano sensorial y un objeto exterior que posea un poder de estimulación frente a él”. Dos figuras son centrales en esta conceptualización: lo originario,  metabolizador de todas las experiencias y el pictograma, primera representación que se da acerca de sí misma la actividad psíquica desde los comienzos. Sus ideas apuestan por la  relevancia de  ese mundo temprano en tanto redunda en improntas definidas que  si bien se resignificaran en  el lenguaje, la diferenciación del otro,  la asunción de la castración o  el lugar generacional,  serán en sí mismas marcas estructurales que hacen de un sujeto eso que es. Así que la pretensión de cambio que ofrecemos y que nos requieren se compone de una dialéctica que entreteje  un hilván yoíco de lenguaje y de deseo en  permanente dinamismo, puerta abierta a una elaboración que comporta la posibilidad de escribir nuevas narrativas. 

La demanda de un número creciente de pacientes con compromisos psíquicos que redundan en disociaciones severas, dificultades en la relación con la realidad, inhabilidades relevantes para los vínculos o prevalencias narcisistas, lleva  la escucha analítica por  complejos derroteros.   Una candidata conduce conmigo una supervisión oficial en la que arriesgamos la continuidad de las horas que debe rendir, al tratar a un paciente confuso, paralizado y fallido en casi todo lo que emprende. Pero él quiere analizarse a pesar de los vientos propios que soplan en contra. Una neurosis bien vestida como para parecerlo, encubre un compromiso narcisista que será el telón de fondo de un trabajo analítico arduo y espinoso. Muchos pacientes no parecen dispuestos a proseguir el tránsito de indagación que supone un análisis, pretendiendo escuchas más rápidas y caminos más cortos. Discurrir en torno al sujeto que nos  requiere abre nuevos caminos; en estas líneas por aquello que atañe a su conformación estructural. El modo de aproximación dentro del quehacer analítico se ensancha.

Referencias Bibliográficas:

Korman, V.: (1990). El oficio del analista. Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. W.: (1954). Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona: Laia.

Rosenfeld, H.: (1987). Impasse and Interpretation. London &New York: Tavistok Publications.

Aulagnier, P (1988). La violencia de la interpretación. Buenos Aires: Amorrortu.
Soy una interesada en lo temprano, ya hace rato. Lo he abordado por los derroteros del narcisismo, entendiéndolo desde su perspectiva estructural, como uno de los ejes en los que se constituye la organización psíquica. Ciertamente, no tenemos modo de dar cuenta de un registro fidedigno ni aun desdibujado de lo que sucede en las primeras épocas de la vida. Los recuerdos se trastocan, la represión interviene o la disociación campea; pero además cada sujeto en su condición inédita, hilvana su propia narrativa, entreteje lo que construye como su verdad, combinando las vivencias de tal manera que el determinismo no aplica y la causa y los efectos que intervienen se complejizan en un laberinto enigmático y de difícil cifrado.


Freud, desde la perspectiva clínica, se adentró fundamentalmente por los caminos de la neurosis, lo que no  le impidió alcanzar otras direcciones teóricas como  la psicosis, el narcisismo y  todas esas contribuciones que  portaban el  apellido  “primario” para dar cuenta de eso primero. Hoy por hoy miramos a sus pacientes, esos pocos que conocemos de sus escritos, con cierta descreencia de que  refieran solamente a  ensamblajes  neuróticos. En nuestros encuentros clínicos, hace ya muchos años que  son protagónicas las variantes de sujetos que tienen en común déficit o fallas  en su estructuración, engrosando las filas que invitan a revisitar aquellas gestas de los comienzos con  la pretensión  de ensanchar la propuesta terapéutica de un sí mismo más integrado  y por ende un sostén psíquico suficiente para encarar el transito que cada quien recorre.  

Quiero detenerme en la vertiente de las  marcas psíquicas estructurales que  nos conduce  por los diversos caminos de la patología y el sufrimiento. Me refiero  a cómo se constituye el sujeto en  la variante particular desde la que se va a organizar. Ello comporta que no estamos hablando solamente del conflicto como padecimiento, terreno que hace a la especificidad del psicoanálisis, iluminador de la neurosis. Me refiero al sujeto que en tanto dividido es  un ser de conflicto. No es infrecuente oír decir a un paciente que su condición de ansiedad sostenida le hace sentir vivo o que la agresión desbocada de sus vinculaciones es el idioma fundamental que conoce para aproximarse al otro.  En ese lugar desde el que se armó, no apunta tanto a una línea de defensa como un eje constituyente. Por ello, no es tarea sencilla el viraje, y aún en el caso supuesto quederribáramos esa estructura, el sujeto en cuestión queda inerme, desarticulado de la referencia que no por problemática deja de funcionarle. Viene al caso  la polémica que levanta la cuestión sobre la factibilidad de los cambios estructurales o si refiere más bien a un  reordenamiento de la estructura en virtud de que el trabajo psicoanalítico actúa sobre ella.

¿Qué hacemos frente a un sujeto que viene  adherido a repeticiones como la piel que lo envuelve? La vertiente lacaniana nos advierte que la conducción de  la cura supone ayudar al paciente a descubrir cuál es su deseo y a asumir lo que  es. No se trata de una revelación o  de algo a recuperar. Sí encaramos un engranaje psíquico de difícil movilidad. Y esto es un hecho universal; claro está con las variantes que atañen a cada quien.  Recuerdo el trabajo con una mujer adulta, que desmontando la conflictiva que suponía para ella el escenario dicotómico entre el hombre al que quería y aquel otro al que deseaba,  decidió interrumpir el análisis ante el horror que supuso saber que no era feliz, pero si acomodada. La represión no alcanzaba. Descubrió que evitaba toparse con una polaridad inasumible. La emergencia del deseo sexual desordenó temporalmente aquel acomodo. Años después me la encontré llevando una vida  tranquila  al transar por  la opción menos disturbadora. Trae a colación el asunto ya no solo del timing, sino del alcance del  trabajo analítico frente a la disposición del paciente a  interrogar su recorrido defensivo. 

En la terapéutica que emprendemos con problemáticas tempranas, no alcanza la interpretación para rescatar significaciones perdidas o desconectadas. El marco analítico ha procurado otros recursos para transitar por  sucesos  traumáticos   grabados a fuego. Atendemos escenarios yoícos fracturados, identificaciones mutiladas, espacios de representaciones faltantes o empobrecidas. Frente a ellos, procuramos nuevas construcciones, no en el sentido clásico de re-ediciones históricas que ciertamente  aportan historizaciones pendientes. Se trata de   nuevas referencias; la escritura de una narrativa que rectifique la que trae.  Korman (1990) plantea  que al analizar no tiene por meta reconstruir un pasado olvidado sino “la creación de lo nuevo, elaborando una  historia a partir de elementos no conocidos hasta entonces que van apareciendo en las sesiones. Refiere a la introducción de una nueva causa psíquica, que fuera capaz de transformar de manera estable la dinámica mental existente en el sujeto…”vislumbrando posibilidades allí donde aparentemente no las hay…para que se puedan desplegar los posibles posibles de cada analizando”. 

Es desde la indagación de aquellas líneas referenciales de los comienzos que  procuramos nuevos caminos. Son muchos los pensadores teóricos  que en su trabajo clínico  han dado cuenta de ello. Recordemos a Winnicott, cuando señala que en problemáticas de carencias tempranas, corresponde atender las necesidades de dependencia del paciente. (1954) mientras que H, Rosenfeld, (1987) advierte sobre como  el  manejo  cuidadoso y sensible que el analista da a pacientes que tuvieron una experiencia traumática en la relación madre-hijo, redunda en un buen pronóstico aun a pesar de que estén severamente perturbados. 

Quiero detenerme en las ideas de Piera Aulagnier, (1923-1990) autora dedicada a cuestiones fundamentales de la organización  psíquica. De manera rigurosa, se adentra en ese difícil terreno que supone diseñar un panorama del funcionamiento mental de los orígenes, validándolo desde el escenario de la clínica. Lo originario, el pictograma, el objeto-zona complementario, el placer necesario y el placer suficiente, el portavoz, el proyecto identificatorio, la violencia del sujeto, se acompañan en la  difícil conjunción de  hilvanar con  una prosa casi poética la austeridad del pensar metapsicológico. Considerar  estos referentes teóricos advierte un modo posible de abordar estructuras  comprometidas y acortar la zanja que separa la observación clínica de la indagación teórica.

Subrayemos algunos:

 1. La más importante fuente de violencia temprana tiene que ver con la experiencia de la vida misma. Ese encuentro que irrumpe, impele a buscar un estado de no necesidad,  de no deseo. Piera Aulagnier lo llamara el deseo de no deseo. Devela el  dolor de la existencia,  ese otro escenario en el que el sujeto se moverá mientras dure su vida y apunta al comienzo de la constitución del aparato psíquico. 

2. Los procesos involucrados en la gesta de cada quien suponen fisuras inevitables que  apuntan a lo que entendemos como falla estructural.  La identificación se articula en un  otro que se pierde para poder hacerse un sujeto de pleno derecho. Allí hay una perdida irreparable, pero es la condición para ser quien se es.  Encara así una fractura al no ser más parte de ese otro en el que se constituye, pero desde el que se diferencia. Sigue la abrupta realidad, sendero ineludible para procurar la satisfacción perdida por un camino más largo pero más seguro. 

3. Hacerse sujeto  comporta quedar separado para siempre de ese otro uno en el cual la falta no se advierte.  Es el lugar para la construcción narcisista que será sincrónica con la construcción de un sujeto diferenciado y diferente. 

Las ideas de Piera Aulagnier representan un aporte importante para comprender como se conforma la psique, destacando en sus aportes que la condición del sujeto es conflictiva por definición y para siempre. Que la psique se articula desde un hecho de violencia, que el mismo deseo de una madre que lo anticipa corre riesgo de ser intrusivo y alienante, encubriendo la cara del sujeto que ese mismo otro debe procurar. Que estar vivo, acceder al pensamiento, asumirse sujeto convoca a investir un exterior fuente de irrupción e interrupción de un estado mítico. Que para ser tiene que representar.  Celebramos sus palabras imbuidas de  paradoja: “Condenado a investir” Supone una violencia desde la que se hace cada sujeto. El encuentro con la realidad lo disturba. Ese a quien se dirige como su portavoz, es uno mismo que lo gratifica y lo frustra. El lenguaje referencial que le otorga un sentido se continuara en  tramos que develaran la cualidad de exceso, puesto que son referencias impuestas y él tendrá que procurarse las suyas propias. Se trata de deslastrarse del deseo alienador y descubrir el propio. 

La autora toma partido por la presencia central que tiene el Otro-madre en la constitución del sujeto: “La actividad del proceso originario es co-extensa con una experiencia responsable del desencadenamiento de la actividad de una o varias funciones del cuerpo  por la excitación de las superficies sensoriales correspondientes”.  Y continúa: “Esta actividad y esta excitación exigen el encuentro entre un órgano sensorial y un objeto exterior que posea un poder de estimulación frente a él”. Dos figuras son centrales en esta conceptualización: lo originario,  metabolizador de todas las experiencias y el pictograma, primera representación que se da acerca de sí misma la actividad psíquica desde los comienzos. Sus ideas apuestan por la  relevancia de  ese mundo temprano en tanto redunda en improntas definidas que  si bien se resignificaran en  el lenguaje, la diferenciación del otro,  la asunción de la castración o  el lugar generacional,  serán en sí mismas marcas estructurales que hacen de un sujeto eso que es. Así que la pretensión de cambio que ofrecemos y que nos requieren se compone de una dialéctica que entreteje  un hilván yoíco de lenguaje y de deseo en  permanente dinamismo, puerta abierta a una elaboración que comporta la posibilidad de escribir nuevas narrativas. 

La demanda de un número creciente de pacientes con compromisos psíquicos que redundan en disociaciones severas, dificultades en la relación con la realidad, inhabilidades relevantes para los vínculos o prevalencias narcisistas, lleva  la escucha analítica por  complejos derroteros.   Una candidata conduce conmigo una supervisión oficial en la que arriesgamos la continuidad de las horas que debe rendir, al tratar a un paciente confuso, paralizado y fallido en casi todo lo que emprende. Pero él quiere analizarse a pesar de los vientos propios que soplan en contra. Una neurosis bien vestida como para parecerlo, encubre un compromiso narcisista que será el telón de fondo de un trabajo analítico arduo y espinoso. Muchos pacientes no parecen dispuestos a proseguir el tránsito de indagación que supone un análisis, pretendiendo escuchas más rápidas y caminos más cortos. Discurrir en torno al sujeto que nos  requiere abre nuevos caminos; en estas líneas por aquello que atañe a su conformación estructural. El modo de aproximación dentro del quehacer analítico se ensancha.

Referencias Bibliográficas:

Korman, V.: (1990). El oficio del analista. Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. W.: (1954). Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona: Laia.

Rosenfeld, H.: (1987). Impasse and Interpretation. London &New York: Tavistok Publications.

Aulagnier, P (1988). La violencia de la interpretación. Buenos Aires: Amorrortu.
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